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La locomotora del oeste

Chivilcoy: esa calle porteña que se vuelve avenida

Una recorrida por las 51 cuadras comprendidas entre los barrios de Floresta, Monte Castro y Villa Devoto.

Por José Yapor

 

   Media mañana de un  jueves tormentoso. Cielo plomizo en Buenos aires, sin ningún vestigio de sol. El Servicio Meteorológico Nacional difundió un alerta y todos hablan de la tormenta que llegará por la tarde, o quizás por la noche, con abundante agua y ráfagas de viento.

   Tratando de ganarle a la lluvia, CLIP emprende una recorrida por la calle Chivilcoy, esa arteria que nace al 8.400 de la avenida Rivadavia, en pleno corazón de Floresta, y se extiende hasta la avenida General Paz, límite convencional con provincia. En sus cincuenta y una cuadras, atraviesa tres barrios y otras tantas vías ferroviarias y plazas. El paisaje, lo mismo que las sensaciones, irán cambiando en el largo trayecto.

   En su primera cuadra, sobresale el Mercado Vélez Sarsfield, un centro de abasto barrial que, a los porrazos, intenta resistir el paso del tiempo. Allí conviven carnicerías, verdulerías, talleres de calzado, ferias americanas, ventas de regalos y una buena cantidad de puestos vacíos. Todo hace pensar que conoció tiempos mejores, cuando las amas de casa del barrio cumplían la diaria procesión entre un puesto y otro, más o menos para esa misma hora.

   A la altura del 100, cruzan las vías del Ferrocarril Sarmiento, a metros de la estación Floresta. No existe paso a nivel, aunque sí cruce peatonal. En las cuadras que siguen se ven árboles añosos, con espeso follaje, y viejas casonas en estado puro o recicladas.

   En la Plaza Vélez Sarsfield, ubicada en la intersección con avenida Avellaneda, charlan sentados en un banco Diego y Juan, dos ancianos que residen en un geriátrico de la zona. Cuando se les pregunta si saben por qué la calle lleva por nombre Chivilcoy, Diego responde que “hay un pueblo que se llama así”, aunque no recuerda por dónde queda.

   Al dejar atrás Avellaneda, la presencia de patrulleros estacionados y personal uniformado deja entrever la proximidad de una dependencia policial: la Comisaría 43 de la Policía Federal Argentina.

   Sigue el camino, sin que nada cambie demasiado. Por ahora, claro está. Al 700 se anuncia Gaona, esa clásica salida hacia el oeste. Ahí nomás, Juan B. Justo, con su doble mano y, en el medio, la estación Chivilcoy del Metrobús.

   Al 1.300, el caminante encuentra la Plaza Tte. Cnel. Pomar, convertida en polideportivo. Cien metros más adelante, una escuela pública y la Plaza Ciudad de Udine, que los vecinos rebautizaron “Banderín”. Una buena ocasión para hacer un alto, anotar algunos comentarios y tomar una foto del mural que reclama “Justicia para Cristian, Maxi y Adrián. ¡Presentes! 29/12/2001”. Un grito para no olvidar, en memoria de los jóvenes Maximiliano Tasca, Cristian Gómez y Adrián Matassa, asesinados en la madrugada de ese día por el ex policía Juan de Dios Velaztiqui.

   Al llegar a la esquina de Chivilcoy y Juan A. García, queda atrás Floresta y se impone Monte Castro, con sus calles anchas arboladas y sus casas bajas, algunas con techos de tejas. Emma, vecina de muchos años, tiene una idea parecida a la de Diego y también arriesga que Chivilcoy “es el nombre de un pueblo”.

   En las próximas cuadras, la calle hace honor a su nombre. O, mejor dicho, uno siente que “merece llamarse de esa manera”. Por sus características urbanas, el clima de barrio y la tranquilidad que impera, esa porción de la gran ciudad bien podría asimilarse al paisaje de cualquier ciudad del interior.

   También allí queda claro que los límites reales de los barrios porteños no siempre coinciden con los imaginarios. Muchos vecinos extienden Floresta hasta Alvarez Jonte, unos trescientos metros más allá de lo que establece la cartografía oficial. Tal vez, porque el Club Atlético All Boys, reconocido como “el equipo de Floresta”, tiene su estadio en Chivilcoy y Alvarez Jonte.

   En las inmediaciones de la cancha, todo se ve en blanco y negro, colores que identifican al “albo”: murales, banderas, camisetas y también los carteles de los negocios vecinos.

   Al 2.244, luce imponente el Garage Chivilcoy, el primer comercio (¿el único?) en este recorrido que lleva el nombre de la calle. Fabián se sorprende por la foto a la fachada del amplio local, pero enterado del motivo accede a hablar y explica que “es una ciudad que está a unos 150 kilómetros al oeste, sobre Ruta 5”. Con precisión, explica que “Monte Castro llega hasta Baigorria y, a partir de ahí, empieza Devoto”. Y anticipa que “al llegar a Tinogasta, Chivilcoy se transforma en avenida, con bulevar”.

   La calle le da paso a la avenida a la altura del 3.000. César, propietario del quiosco ubicado en Chivilcoy y Tinogasta, asegura que “nosotros somos los más antiguos de la zona” y recuerda los tiempos en que por el barrio “pasaban el 190 y el 78” y los vecinos compraban  “leche por litro”, a una cuadra de ese mismo lugar.

   Dice no conocer el origen del nombre de la calle/avenida, aunque cree que alguna vez se lo explicó Domingo De Lucca (“Mingo”), un historiador de Villa Devoto ya fallecido, que durante muchos años editó un periódico barrial.

   César recurre a Edgar, quien lo acompaña en la atención del quiosco, y le pregunta si sabe dónde queda Chivilcoy. El joven asiente y explica que “tenés que tomar el acceso Oeste y, pasando el peaje que está antes de llegar a Luján, doblás hacia la izquierda hasta encontrar la Ruta 5, que te lleva. Cuando fui para el sur, pasé por Chivilcoy”, apunta.

   En un inesperado cambio de roles, ahora es él quien pregunta y quiere saber “qué significa Chivilcoy”. Escucha atentamente las dos versiones: aquella que alude a la idea de “tierra con mucha agua buena” y la otra, que remite a la existencia de un bravo cacique, a quien llamaban “Chivilco”.

   Al 3.300, Chivilcoy se encuentra con la avenida Francisco Beiró. Allí el paisaje vuelve a modificarse: casas señoriales, coquetos chalés y modernos edificios conviven con una frondosa arboleda.  En una de las cuatro esquinas, se percibe una amplia construcción de época en estado de abandono. En pocas palabras, el vendedor de diarios del lugar explica que “esto fue un instituto de menores”.

   Dos cuadras más adelante, está el paso a nivel de las vías del Ferrocarril San Martín. Las barreras bajas anuncian el inminente paso de un tren. Segundos después,  pasa una formación con destino a Pilar.

   Al llegar al 3.800, un cartel indica que allí funciona el Hospital Dr. Abel Zubizarreta y, cien metros más adelante, la avenida se corta al llegar a la Plaza Arenales, de amplios canteros con cercos metálicos y abundante vegetación.

   El bulevar retoma a la altura del 4.200. Por allí camina Fernando Rubén, con atuendo deportivo. Identifica fácilmente a Chivilcoy: “Es una ciudad que está sobre la Ruta 5; la conozco y es muy linda”, comenta.

   Al 4.500, el tercer cruce ferroviario: las vías del Ferrocarril Urquiza, que conectan Federico Lacroze con Campo de Mayo. Es el mismo corredor que espera con ansias la vuelta de “El Gran Capitán”, el tren que llegaba hasta Posadas y, en algún tiempo más remoto, también a Encarnación (Paraguay).

   En el último tramo, pasando la avenida Mosconi, el tránsito decrece. Un sello característico de esta zona son los imponentes chalés y la característica vegetación de los bulevares, compuesta por distintas variedades de palmeras y arbustos corpulentos.

   Y bien, al 5.100 el recorrido concluye, dos horas y media después de aquellos primeros pasos en Floresta. Un lindo paseo por una calle extensa que se vuelve avenida y evoca el nombre de una ciudad emplazada en el corazón de la Pampa húmeda. Valió la pena.

 

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