Había 150 personas entre el pueblito y los alrededores
Pedro Acciarresi protagonizó los buenos momentos de Henry Bell y también su decadencia, que hoy considera irreversible
El paso a nivel. Los restos de lo que alguna vez fue la señal. Las vías ocultas entre pastos altos y cardos. La estructura del enorme cartel de madera, con algunas letras que sobreviven al paso del tiempo. Más allá, el edificio de la vieja estación, hoy arrendado a un parroquiano que lo mantiene en buen estado. Del otro lado, un galpón de chapa donde alguna vez se guardó el cereal. Quinientos metros más allá, el otro paso a nivel, con la estructura oxidada de la otra señal y lo que quedó del viejo embarcadero de ganado. Alrededor, casas abandonadas que casi nunca ven el sol y el antiguo almacén del pueblo convertido en leyenda.
A Henry Bell se llega bajando por el camino de tierra que sale de Ruta 5, a la altura del Frigorífico y Matadero Chivilcoy. Hasta la década del ’70 hubo servicios regulares de pasajeros a Once. Era una de las estaciones intermedias del ramal agrario Gorostiaga-Anderson del Ferrocarril Sarmiento. Los últimos cargueros corrieron en los primeros años de la década del ’90, donde el sistema ferroviario sufrió el tiro de gracia de las políticas de ajuste del neoliberalismo. Los años de la tan mentada frase “ramal que para, ramal que cierra”.
Pedro Acciarresi recibió a La locomotora en la propia estación, cuando el sol de mediodía de un enero cálido y seco hacía sentir todo su peso. La espesa arboleda del patio que alguna vez fue entrada, sirvió como cobijo para que dos personas conversaran amigablemente sobre la historia y el presente de este pueblo bonaerense en vías de extinción.
“Había 150 personas entre el pueblito y los alrededores. El tren pasaba dos veces por semana. Traía la correspondencia y el pan de La Rica. Se juntaba un montón de gente en la estación, porque era como una distracción. Había dos almacenes y venía el carnicero de Biaus dos o tres veces por semana. En la escuela (Nº 38) éramos 30 o 40 chicos; muchísimos éramos. Hoy la realidad es que no quedó nadie”, relata Acciarresi.
“En el año ’88 trasladaron la escuela acá, a la estación, porque estaba muy deteriorada –recuerda-. Funcionó hasta el ’91 o ’92, cuando la cerraron porque no hubo más chicos. En los alrededores quedan un matrimonio grande, una persona también grande –el señor Girotti- y la familia Arregui, que está prácticamente pegadita al pueblo. Después, cerca, no queda nadie más. A 3.000 metros está Giorgi, gente de toda la vida, que sigue viviendo en el campo. Entre el pueblito y los alrededores quedarán 5 o 6 personas”, precisa el entrevistado.
Los trenes
Al referirse al servicio ferroviario, Pedro apunta que “hubo trenes hasta cerca del ’70. No sé si el tren llegó al año ’70. Después, cada tanto, (pasaba) algún carguero que acarreaba el cereal de Ugarte y algo que entraba acá, a los galpones. El último carguero corrió allá por el ’93 o ’94 y descarriló cerca de la estación, porque las vías estaban muy deterioradas. De ahí no pasó nunca más”, lamenta.
En los tiempos en que corría el tren, “la gente mataba dos pájaros de un tiro. En ese momento que llegaba el tren, venía a la estación, se reunía y charlaba; se llevaba el pan que llegaba fresco de la panadería que Reynaldi tenía en La Rica; pasaba por el correo, recogía la correspondencia y hacía las compras que tenía que hacer. Hacía todo de una sola vez. Ah, y venía el diariero que vendía las revistas y los diarios”, acota.
Cuenta que cuando “el tren dejó de pasar, la gente se empezó a ir, porque el joven no quedaba en el campo. Al no quedar el joven el viejo se tenía que ir por razones de salud, y así fue decayendo todo”.
Comenta que las casas ubicadas en los alrededores de la estación “tienen dueños, pero nadie viene a visitarlas. Está todo abandonado. Estoy yo, que mantengo un poco limpio, tengo algunos animales y corto los yuyos. Nada más”.
Camino de la producción
Acciarresi, nacido y criado en Henry Bell, opina que el camino de la producción, en caso de concretarse, “sería beneficioso, obviamente”, pero enseguida aclara que “no tanto para este pueblito, porque así pase –cosa que dudo, porque prometer se promete pero hacer se hace poco- no creo que este pueblito vuelva a resurgir. En el caso de Ramón Biaus sí se mantendría, porque hay una fábrica funcionando, hay más gente e inclusive viene gente de Buenos Aires que compra casas para los fines de semana. Esto no, porque quedan 2 o 3 casas y están muy deterioradas”, compara.
En los buenos tiempos, los vecinos se aprovisionaban en “el almacén de ramos generales de los hermanos Díaz. También había un bar, donde había juego de billar, se jugaba a las cartas y se juntaba bastante gente. Cuando Ongañía hizo el desalojo en las chacras, un chacarero –de apellido Brenta- compró una casa e instaló un bar. Después lo siguió Denezio durante varios años. Inclusive daban de comer y había mucho movimiento. Después, como todo, fue a menos hasta que se terminó. Díaz se fue a Chivilcoy. Vendía combustible, nafta, ropa, de todo”, describe.
Cuando le preguntamos cómo vivió ese proceso de agonía lenta del pueblo, Pedro Acciarresi respondió resignado: “En el caso mío, que vengo todos los días y vivo prácticamente acá, estoy acostumbrado. Pero en los primeros momentos se sentía un vacío, al recordar la época en que éramos tantos. Tantos compañeros… Uno nació y se crió acá. No fue fácil, pero ahora uno está acostumbrado y asume esta realidad que no haya nadie viviendo”, concluye.
Autor: José Yapor
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