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La locomotora del oeste

“Con ese charré y el caballo trabajó toda su vida”

Carlos Sleyman recordó a su padre, Brahim Hasan, inmigrante de origen sirio que arribó al país a fines de los años ‘20.

 

   “Mi padre vino de Siria. Allá era casado. Llegó a Italia con la señora y dos hijos, pero la señora no pudo seguir por un problema en la vista y volvió a Siria. El siguió viaje a la Argentina y los paisanos lo mandan a Chivilcoy. Acá había un paisano, Enrique Amado, que tenía una tienda en avenida Sarmiento y Brandsen. A todo paisano que llegaba le daba mercadería para que saliera a vender. Llegó en el año 1929, trabajó tres años vendiendo mercadería y vuelve a Siria para traer a su familia. En el segundo intento tampoco pudo; entonces, vuelve a la Argentina y después de unos años se casa con quien fue mi mamá. Tuvo seis hijos, cinco mujeres y yo. Para poder casarse acá dijo que era viudo. En una palabra, mi padre era bígamo. En esa época se usaba la dote, como la usan actualmente los gitanos. Cuando se casaron, mi papá tenía 48 años y mi mamá, 16. Desde que tuve uso de razón, hasta la juventud, supe que mi padre giraba dinero para su familia que había quedado allá. Inclusive mi mamá sabía que allá tenía familia”.

   Quien cuenta esta historia es Carlos Alberto Sleyman, hijo de Brahim Hasan Sleyman y Sara Blale (Blel, por su fonética). Su padre nació en Haret El Waquef, Partido de Draikich (Siria). La familia se completa con sus hermanas María Teresa (Maríe en árabe), Marta Susana (Fodda), Ana María (Leila), Marcela Patricia (Yamile) y Rosana Alejandra (Amine).

   “Crió seis hijos y llegó a tener casi un cuarto de manzana por la plaza Moreno, todo con ese trabajo de ‘turco’. Si a mi padre alguien le decía ‘turco’, lo peleaba. Eso fue así porque los que venían de allá tenían pasaporte turco, porque estaban justamente bajo bandera turca. Con mi padre no fue así, porque tenía pasaporte francés. Quiere decir que a él tranquilamente le podrían haber dicho ‘el francés’”, relata.

   Cuenta Carlos que “la casa estaba sobre Primera Junta, a una cuadra y media de la plaza Moreno. A la vuelta, sobre calle Frías entre avenida Ortiz y Primera Junta, teníamos otra entrada por donde entraba el charré cuando volvía de la recorrida por el campo”.

   “Primero salió a pie. Iba hasta una tranquera con un fardo y luego volvía a cierta distancia, donde había dejado el otro fardo, y lo llevaba. Un sacrificio grande. Después compró el charré y luego quiso progresar y compró una Ford A, pero como no la quería meter en el barro, porque la cuidaba mucho, la vendió y volvió a comprar un charré. Con ese charré y el caballo trabajó toda su vida”, destaca. 

El recorrido

   Cada vendedor ambulante de origen árabe tenía su propio recorrido y, entre los miembros de la colectividad, existía una especie de pacto no escrito que evitaba la competencia en una misma zona.

   “El generalmente hacía la zona de Henry Bell y, como en abanico, iba a La Rica, parte de Gorostiaga y tocaba un poquito de San Sebastián. Ese abanico entre Henry Bell y Gorostiaga, lo hacía todo. El hablaba de viajes cortos y largos. Había viajes en los que estaba una semana sin volver. Otros viajes, que eran largos, le llevaban quince o veinte días. Llevaba su catre, pero la gente no lo dejaba dormir en el galpón. Dormía con los hijos de los clientes que visitaba. Los padres de algunos clientes que tengo en mi negocio, dormían con mi papá. Los clientes de mi papá, cuando venían cada quince días al pueblo, desataban el sulqui en mi casa, hacían las compras, almorzaban, hacían una siestita en casa, ataban y se iban para el campo.

   Ferviente musulmán, de la rama alauita, Sleyman explica que junto a sus hermanas “aprendimos a hablar el árabe casero antes que el castellano, pero el árabe común, porque el idioma es muy amplio. Mi mamá era hija de sirio; entonces, lo hablaban entre ellos y nos hablaban a nosotros. Después, con la primaria y los chicos del barrio, fuimos aprendiendo el castellano. Se casaron en 1945. Mi mamá vino de Buenos Aires y mi papá ya había comprado la casa. Se conocieron por intermedio de miembros de la colectividad. Al lado de Ciudadela hay un barrio que se llama José Ingenieros. En ese barrio, dentro de 10 o 20 manzanas, el 80% era árabe. Inclusive está la Sociedad Alauita, una de las ramas del Islam. Ahí se conoció con mi mamá. Mi padrino, por religión, era el presidente honorario o fundador de esa sociedad. Era el padre de Jadiye, la esposa de Abraham Amado. Puede haber descendientes de musulmanes, pero el único que profesa la religión acá, en Chivilcoy, soy yo. No quedó otro. Al ser el padre de Jadiye mi padrino, ella pasó a ser hermana por religión e inclusive sus hijos, Sami, Jalil y Fátima, sobrinos míos por religión”, puntualiza.

   Del legado de sus mayores, Carlos Sleyman rescata “la honestidad, el sacrificio, el trabajo, la constancia, la crianza, la buena educación, el ser familiero, el no subestimar a los demás, la fe y las creencias que mamamos de chiquitos”.

   Este hombre, casado con Amalia Esther Jaime y padre de Daniela Carla, mantiene en pie las tradiciones árabes. A su fe inquebrantable, suma su gusto por la música de Medio Oriente y sus buenas cualidades como cocinero de “niños envueltos con hojas de parra, kebbe al horno relleno, chinchulines rellenos, sfijas (empanadas), burgol y laben (yogur). Viendo a mi madre y preguntando, fui aprendiendo, aunque me falta aprender algo de repostería”, reconoce.

Autor: José Yapor 

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