En el pueblito seremos seis familias; nada más
Indacochea perdió el servicio de trenes a fines de los ’70. A la escuela va un solo alumno. El viaje a Chivilcoy se complica cuando llueve. Paola Jover habló de la realidad de este pueblo de campaña que lucha por seguir existiendo.
Indacochea es un poblado rural al que se llega por un camino de tierra ancho, luego de avanzar once kilómetros desde Ruta Nacional 5 hacia el sur, a la altura del Aero Club Chivilcoy. Es la zona de la ruta donde está “el curvón”, cerca del puente de la cañada que vierte sus aguas en el Río Salado.
En tiempos mejores, todos los días llegaban los servicios del Ferrocarril Midland que cubrían el trayecto Puente Alsina - Henderson - Carhue. Si uno ingresa a la página “El ferrocarril en Internet”, del ingeniero Sergio Klimovsky, puede consultar los horarios de aquel ramal de trocha angosta que mantuvo sus servicios hasta fines de los ’70. Todos los días, a las 8:20, partía un tren mixto desde Puente Alsina que arribaba a Indacochea a las 13:35 (martes, jueves, sábados y domingos) o a las 14:30 (lunes, miércoles y viernes). Además, los lunes, miércoles y sábados llegaba cerca de la medianoche una formación de pasajeros, que salía de Puente Alsina a las 19:44.
Los parroquianos que viajaban a Buenos Aires, abordaban el tren a las 11:13 (martes, jueves, sábados y domingos) o a las 13 (lunes, miércoles y viernes), mientras que en tres días de la semana también tenían la opción de hacerlo por la madrugada: a las 3:19 los lunes, miércoles y viernes.
De aquella época de esplendor ferroviario, sólo quedaron en pie los edificios de algunas estaciones. Los ramales y puentes fueron levantados hace rato.
Paola Jover vive junto a su esposo e hijos en la vieja estación, que ellos mismos acondicionaron con mucha paciencia. En una de las salas, convertida en cocina comedor, le contó a La locomotora cómo es la vida diaria para los pocos pobladores que siguen viviendo en Indacochea. El diálogo transcurrió en medio de un encantador fondo musical, aportado por los pájaros que deambulaban por los añosos árboles de los alrededores del edificio.
“Hace ocho años que estoy acá, en la estación. Este es un pueblo chico, con muy poca gente. En el pueblito seremos seis familias; nada más. Soy la única que está con chicos en el pueblito. En la zona rural, hay gente que también tiene chicos”, relata Paola.
Comenta que Indacochea se compone por “las casitas, el almacén de Giaccone, la escuela y listo; se termina el pueblo” y asegura que “el tema de la escuela es un problema. La tengo a dos o tres cuadras, pero llevo a los chicos a Achupallas porque no tenemos el Seim. No hay jardín. Sólo hay de 1º a 6º grado y va una sola alumna. La maestra se hace cargo de todo. Cuando la escuela precisa una mano se le da, pero es una lástima que no haya Seim, porque hay dos chicos más para el jardín. No quiero que con esto se ofenda nadie, pero ¿por qué siempre la gente del campo, y más (aún) los chicos, quedan a un costado? Es como que siempre los del pueblo tienen más derechos y no es así”, protesta.
Diariamente, en época de clases, debe recorrer seis kilómetros para llevar a sus dos hijos a la escuela de Achupallas, localidad del vecino partido de Alberti.
“Es un sacrificio enorme, pero no puedo dejar que el nene pierda el jardín. Entonces, para hacer un viaje por uno lo hago por los dos y llevo al nene y a la nena. Queda a seis kilómetros, más o menos. Voy todo por tierra, porque me queda más cerca”, explica.
De ayer a hoy
Aunque “llegó de afuera”, Paola se interesa por la historia de Indacochea e indaga sobre el pasado de este pueblo de campaña. “Siempre le pregunto a la gente grande de acá. Antes había muchísima gente. La escuela, cuando vine hace ocho años, cuando la nena empezó el jardín como oyente, tenía veinticinco alumnos. Después se fueron dos o tres matrimonios, que eran los que más chicos tenían, y la escuela quedó con siete u ocho”, puntualizó.
“Me encanta el campo y la tranquilidad”, confía, aunque admite que “a veces uno piensa que los chicos están aburridos, tienen derecho a salir y tienen la ilusión de ir a Chivilcoy; pero hoy en día es imposible”.
“Todo, de a poco, se va deteriorando”, lamenta y luego afirma que “gente joven no queda en el campo. Son contados”.
En Indacochea no hay sala de primeros auxilios y sus pobladores deben ir hasta Chivilcoy para realizar cualquier consulta, curación o tratamiento. No es tarea sencilla en una localidad que también perdió “La Confianza”, aquella empresa de colectivos de coches color violeta y letras blancas bordeadas de rojo, que a diario cubría el recorrido Chivilcoy – 25 de Mayo. Si el camino está en buenas condiciones, se puede viajar en auto, pero cuando llueve todo se complica. “Tengo que recurrir a Mirri, que está acá en la esquina, o al campo de mi suegra. O sea que, hasta que mi marido va a buscar el tractor y me saca a la ruta…, depende de la descompostura que uno tenga… Uno piensa en eso también. Por camino real, si está normal, tenés media hora”, grafica Paola, quien cuenta que frente a cualquier problema de salud, recurre “al hospital (de Chivilcoy) o, cuando hay que vacunar a los chicos, a la salita de Achupallas”.
Paola Jover también habló del estado en el que se encontraba la estación cuando junto con su familia decidió irse a vivir allí. “Esto era desastroso. Estaba todo tapado de yuyos y, en una de las salas que hicimos dormitorio, le faltaban maderas al piso. Pusimos treinta vidrios y había un criadero de murciélagos. No sabíamos qué hacer, si entrar o salir, si quedarnos o irnos. Es una construcción impagable. Faltan cosas, como una mano de pintura más, la pintura de puertas de puertas y ventanas. Lo que pasa es que todo es a fuerza de sacrificio. Costó al principio, pero ahora da gusto”, ilustra Paola.
Pese a todo, esta joven mamá no pierde las esperanzas y reclama que las autoridades hagan algo para que la gente que queda no decida emigrar. Porque, al fin y al cabo, “es una lástima que se pierdan estos pueblitos”, concluye.
Autor: José Yapor
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