El mundo del acordeón y una tradición centenaria
El Museo Anconetani del Acordeón funciona en el barrio de Chacarita. Aída Aconetani relató la historia familiar, que se inició con la llegada al país de su abuelo Giovanni.
El Museo Anconetani del Acordeón funciona en el barrio porteño de Chacarita, más precisamente en Guevara 478. En la recorrida, los ocasionales visitantes encontrarán instrumentos musicales, partituras, fotografías y otros objetos que documentan la historia de una familia, que comenzó a escribirse a partir de la llegada al país del inmigrante italiano Giovanni Anconetani.
Su nieta, Aída Anconetani, cuenta a La locomotora del Oeste que “Giovanni llega de Italia luego de doce o catorce viajes como representante de la firma Paolo Soprano, una de las fábricas más importantes de acordeones del mundo. Primero viene como viajante trayendo acordeones y después se instala. En la provincia de Buenos Aires, en San Martín, instala su primer taller en lo que había sido un gallinero. Después en lo que es hoy Palermo Viejo, hasta que en el año 1918 compra aquí, en la calle Guevara 478, una antigua carpintería y la transforma en la fábrica de acordeones y la casa donde habita con su familia. En el trabajo colaboran su esposa, Elvira Moretti, y sus cinco hijos. La idea de este museo es rendir un tributo a ese fundador de la fábrica de acordeones y al trabajo de sus hijos que, a lo largo de tantos años, tanto han hecho por el desarrollo del acordeón en la Argentina”, enfatiza.
Explica Aída que “la casa donde funciona el museo consta de varias habitaciones. En la primera vemos fotos familiares, la historia del fundador y partituras, porque ha sido compositor. Un invento que pertenece a los bajos del acordeón, por el cual de bajos sueltos se transforman en acordes. Se llama conversor. Tenemos también un acordeón con distintas partes materiales y una muestra de acordeones de todas las épocas. En esa primera sala también podemos apreciar cartas de clientes y fotos de antiguos acordeones”, detalla.
“En la segunda sala está la réplica del taller de un luthier, donde se ven las herramientas, materiales y frentes de acordeones hechos en nácar y celuloide, de gran belleza estética –describe-. Después se pasa a un recinto donde hay fotos y un piano que perteneció a uno de los Anconetani. Allí se dan recitales, una cosa que acá en el museo hacemos frecuentemente. Después tenemos una sala con fotos de clientes de todas las épocas y otra donde tenemos unos instrumentos curiosos. Uno de ellos es una sinfonetta, que es como un bandoneón de mesa; también un armonio, una concertina y un acordeón eléctrico de grandes dimensiones. También hay fotos que representan toda la tarea que desarrollaron como orquesta característica los Anconetani, en los años ’60, ‘70 y ‘80. Eso es lo que se puede ver en nuestro museo”, comenta.
Tradición familiar
Retomando la historia del fundador, Aída indica que “comienza trabajando solo y, a medida que fue necesitando ayuda, primero la logró de mi abuela. Ella siempre decía que lamentaba el día que dijo que lo podía ayudar. Quedó enganchada en la tarea en el taller. A medida que fueron creciendo sus hijos, uno a uno se fueron incorporando. Hay que entender que un taller de estas características, familiar, requiere de la colaboración de todos. Todos tienen que hacer alguna tarea y aceptar que está el que decide lo hay que hacer y los que hacen. Siempre hemos entendido esa forma de trabajar”, asegura.
Cuenta que “cuando vino la generación mía, tres mujeres, al principio no colaborábamos, pero a medida que fueron creciendo nuestros padres nos vinos precisadas a llenar algunos huecos que había que cubrir. Es así que dos de las tres trabajan en el taller y yo me ocupo de la parte contable. Después viene la generación de nuestros hijos. De una forma o de otra todos colaboran con el museo. Salvo uno de ellos, Nazareno Anconetani, que está en el taller. Los demás se ocupan del diseño gráfico, el mantenimiento de la página de Internet, grabaciones, sonido, etcétera. Se perfila ya otra nueva generación, que está ansiosa de ocupar su puesto en el trabajo familiar”, destaca.
El taller sigue funcionando en el mismo lugar, “a pocos metros del museo, desde 1918”; “prácticamente las instalaciones y las máquinas son las mismas, porque no hay necesidad de incorporar mucha tecnología en un trabajo artesanal como el que siempre se ha hecho. Es un trabajo muy artesanal. Los acordeones que ha fabricado mi familia siempre fueron artesanales; nunca se hicieron en serie”, resalta Aída.
Al ser consultada sobre los orígenes del museo, nuestra entrevistada recuerda que “comenzamos queriendo hacer un almanaque. Sacamos un montón de fotos y, cuando llegó el momento, era tanto el dinero que había que desembolsar que dijimos no. Se había desocupado esta casa y nos lanzamos a cumplir con el viejo anhelo de la familia, de hacer un museo. Una vez que nos lanzamos, la Dirección de Museos nos puso un museólogo que tiró por tierra con todo lo que habíamos hecho y le dio la idea de museo que tenía que tener”.
De los hijos de Don Giovanni sólo queda Nazareno, baterista y acordeonista, en ese orden. “El dice que debería figurar en el Guiness, porque se inició a los cinco años y en este momento tiene ochenta y siete y sigue tocando la batería”, señala Aída.
Con referencia a los días y horarios de visitas, Aída Anconetani precisa que “estamos los martes y jueves, de 15 a 18:30, pero como tenemos el negocio a pocos metros, somos generosos y si viene alguien del interior, le hacemos la visita al museo. Por las características de este museo, la visita la tiene que hacer un miembro de la familia, porque cada objeto tiene su historia. Y quien mejor que nosotros para contar la historia”, concluye.
Autor: José Yapor
1 comentario
José Yapor -
"Hemos visto la nota. Muchas gracias por su aporte.
Familia Anconetani"