Nos ha quedado la solidaridad de los árabes
Silvia Beatriz Amar cuenta la historia de sus abuelos libaneses y evoca la llegada de sus padres a Chivilcoy, luego de un largo itinerario por diferentes regiones del país.
Silvia Beatriz Amar pertenece a una familia de inmigrantes libaneses, que arribaron al país a comienzos del siglo pasado. La historia de sus abuelos estuvo signada por un largo peregrinaje que incluyó el sur de Santa Fe y Córdoba, el oeste bonaerense y el Gran Buenos Aires.
Los cinco hijos del matrimonio conformado por Alejandro y María Amar fueron María Angélica (“Porota”), Nelly (“Pirucha”), Fares (“Pipiolo”), Eduardo Nagib y Leonel Rached.
Su padre fue el cuarto de los hermanos, Eduardo Nagib, quien se casó con Lady Cipriano. Del matrimonio nacieron Silvia Beatriz, Eduardo Alejandro y Rodolfo Félix. Ocho nietos y un bisnieto hoy completan la descendencia.
“Nosotros somos nietos de libaneses. Mi abuelo llega a la Argentina en el año 1904. El destino no era Argentina. El destino era Estados Unidos, pero como hay una epidemia de conjuntivitis viral, el barco queda en Brasil. Al quedar en Brasil, no podían seguir hasta Estados Unidos y los derivan hacia Argentina. Seguramente en Estados Unidos habría algún paisano que les habrá pasado el dato que la cosa estaba mejor. Se fueron del Líbano por la miseria”, inicia su relato Silvia.
Explica que “nuestro verdadero apellido es Ammar y cuando llegan queda con una sola m. Pero el tío de papá, hermano de mi abuelo Alejandro, que vivió en Mendoza, ese sí les hizo colocar las dos m. Ese es el verdadero apellido”, insiste.
“Mi abuelo llega con su tía, María Amar, y con su prima, Josefa Rached, que era una beba de meses –continúa-. Llegan acá. Habría algún otro paisano que les indicó dónde podían ir, porque tenían que venir directamente a la Argentina, y se van para el lado de General Villegas. Hay un lugar, Jovita –en Córdoba-, donde empezó su actividad mi abuelo, en ramos generales. Se casa con su prima. Esa bebita que venía en el barco crece y mi abuelo se casa con su prima hermana. De esa pareja nacen cinco hijos, de los cuales mi papá era el cuarto. Cuando nace el quinto hijo, Leonel Amar, mi abuela se enferma por una infección posparto y fallece. Queda mi abuelo con sus cinco hijos y, su tía y suegra a la vez, se hace cargo de esos cinco chicos. Ya estaban en Cañada Seca, donde el abuelo sigue con una sucursal de ramos generales que había tenido en Del Campillo, donde nacieron mi papá y mis tíos”.
Silvia cuenta que su abuelo sufre “una gran depresión por la muerte de su esposa, se va al campo otra vez y se queda un tiempo solo. Los chicos quedan a cargo de mi bisabuela y después mi abuelo regresa a Cañada Seca. Ahí, mi papá y mis tíos fueron criados por la abuela María y después empiezan a emigrar a Buenos Aires. Se vienen a trabajar todos acá. Mi abuelo también se vuelve y, cuando llegaron a Buenos Aires, emprendieron distintas actividades”.
“Mi papá y mi tío Leonel, los dos varones más chicos, empezaron a vender ropa –apunta-. Tenían un Ford T que habían comprado y empezaron a trabajar toda la zona de Chivilcoy, sur de Santa Fe y sur de Córdoba. Papá tenía gente muy amiga acá. Estuvimos viviendo en Berazategui y, cuando papá decide venirse acá, lo hace porque le gustaba el lugar y le gustaba la gente. A mi mucho no, porque tenía quince años, y mis hermanos –tanto ‘El Turco’ como ‘Drupy’- se adaptaron mejor al ser más chicos. Mi abuelo estuvo un tiempo viviendo acá, en Chivilcoy, con nosotros y visitaba a sus hijas que habían quedado en Berazategui. Nosotros teníamos una casa de venta de ropa allá, donde tengo a toda mi familia. De los cinco hermanos de papá, en Berazategui quedaron dos tías. Mi tío Leonel Amar, que me dio parte de estos datos, vive en Capital”, añade.
Al hacer referencia a la importancia que su familia le da a las tradiciones, Silvia Amar señala que “a nosotros nos ha quedado la solidaridad de los árabes, las comidas –algunas sigo haciendo- y los rituales en las fiestas, en el baile, que es el dabke, que se baila con todos tomados de las manos, y algunas canciones. Ninguno de los tres hermanos sabemos hablar en árabe. Mi papá, más que hablarlo, lo entendía. Nos quedaron refranes árabes que nos enseñaban mi papá y mis tías. Por ejemplo, ‘em saim metal tim lan el yeta’, que quiere decir ‘más desabrido que higo de lluvia’. Mi papá siempre tenía algún refrán árabe que significaba algo”, evoca con emoción.
Autor: José Yapor
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