Un legado que se mantiene en pie
Eduardo Debaisi contó las historias que sus padres libaneses, Casem y Nayala, escribieron en Coronel Mom
Casem Hesein Debaisi nació en el Líbano, en 1895, y llegó a nuestro país en 1914. Establecido en la vecina localidad de Coronel Mom (Partido de Alberti), formó matrimonio con Nayala Sapag, libanesa como él. De esa unión nacieron cinco hijos: Ismael Adib, Haydee Adibe, Eduardo Fued, Yolanda Nélida y Amelia Adman.
En una tarde otoñal de sábado, en medio de la calma característica de los pueblos de campaña, Eduardo contó a CLIP los principales sucesos que fueron marcando la rica historial familiar.
“A mi papá lo apodaron Federico. Vino en el año ’14, por intermedio de unos amigos. Llegó a Buenos Aires y salió al interior a buscar trabajo. Su oficio era herrero. Llegó a O’Higgins (Partido de Chacabuco). Estaba desesperado, porque no tenía para comer ni para dormir. Andaba de un lado al otro y veía que el círculo se le cerraba. Tenía un temperamento terrible. En una herrería, vio que un herrero estaba fraguando el eje de un carruaje. El le hacía señas, pero el hombre no lo entendía y lo echaba. En la desesperación, se metió, le sacó el martillo y empezó a hacer el trabajo. Ahí, el herrero se dio cuenta de que sabía. Midió el eje y lo hizo un poquito más grande, porque el calor dilata y después se contrae. Lo tuvo un tiempo, pero después un paisano de acá que tenía una tienda, de apellido Salomón, le empezó a dar mercadería para que saliera a vender al campo. Y salió con un atado de ropa y un cajoncito lleno de chucherías. Fue a parar a un campo de Lasala, que está en (Coronel) Segui. Se hizo querer mucho y la madre de Lasala –María Francisca-, una persona mayor, lo empezó a querer como si fuese un hijo. Papá le daba toda la plata a ella y, cuando iba a comprar a Buenos Aires, le pedía la plata. Así estuvo mucho tiempo ahí. Y lo que es la vida… Una bisnieta de ella se casó con uno de mis hijos y tengo una nieta de ese matrimonio. Parece mentira… ¡Qué historia linda!”, relata Eduardo.
Comenta que “en los años ’20, ya estaba arraigado en el negocio y empezó a alquilar una casa. Tenía como socio a un tío mío, que se llamaba Jacinto Debaisi. En 1926, se casó con mi madre, a quien conoció por referencia en Buenos Aires. Ella estaba en Necochea y se casaron en Juan N. Fernández (Partido de Necochea). Luego se vinieron para acá y tuvieron cinco hijos”.
Debaisi destaca que don Casem “empezó a ahorrar y a girar al Líbano libras esterlinas y francos. Así pudo comprarle la casa a la madre. Además de la tienda, papá juntaba maíz. Cuando empezó, todos lo cargaban amablemente. Después de un tiempo, como tenía mucho amor propio, logró arrimarse al ritmo de los demás y jugaban carreras y a veces las ganaba. Se conectó con paisanos de él en Buenos Aires y comenzó a ir a la embajada. El siempre decía que quería vivir y morir acá, porque era muy agradecido del país. Tenía una letra muy linda y hablaba muy bien el español. Los paisanos le pedían ayuda y consejos comerciales. Ayudó a todos a poner sus negocios. El estaba muy reconocido en todos lados. Tenía una cultura de la decencia terrible”, subraya.
“Fue representante del Hospital Sirio Libanés, porque fue uno de los que aportó para la construcción –continúa-. Casi todos los paisanos eran socios y él cobraba la mensualidad. Estaba muy reconocido y de la embajada le mandaban notas y cartas. A los paisanos de Coronel Mom que tenían algún problema los conectaba con la embajada”.
Asegura que “en la década del ’30, en la época de la crisis, la tuvo que aguantar. No era fácil mantener a cinco hijos, pero en aquella época el pantalón del mayor y los zapatos del mayor pasaban a los más chicos. Se producía todo; le gustaba mucho hacer la quinta y criar gallinas. Compraba chanchos y después los facturaba. Mamá siempre recordaba que allá usaban la cola del cordero, que es pura grasa, para cocinar trozos de carne, que después ponían en barricas de madera para el invierno. Acá hacía lo mismo con carne de vaca. También preparaba las comidas típicas”, recuerda.
Fiel portador de las tradiciones de sus antepasados, Eduardo cuenta que “mis sobrinos que viven en Buenos Aires, me dicen: ‘Tío, cuando vaya a (Coronel) Mom no preciso decírtelo; tenés que hacer el kebbe, porque lo hacés de una forma especial’. Yo veía cómo lo hacía mamá, le tomé la mano y tengo paciencia para hacerlo”, apunta.
Durante décadas, Eduardo Debaisi alternó la atención del negocio familiar, ubicado en una esquina frente a las vías del ferrocarril, con su trabajo en la Cooperativa de Electricidad de Coronel Mom Limitada, entidad de la que fue socio fundador, gerente y presidente del consejo administrador.
Por José Yapor
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