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La locomotora del oeste

De clínica quebrada a geriátrico autogestionado

En la capital riojana, los trabajadores de un sanatorio privado sobrevivieron a la quiebra y hoy manejan con criterio cooperativo una residencia para personas de la tercera edad

 

   Incertidumbre, desazón, olvido, indiferencia, injusticia. Todas esas sensaciones experimentaron los trabajadores del Sanatorio Ados, de la capital riojana, cuando el centro de salud cerró sus puertas y perdieron sus empleos. Sin embargo, la convicción de que debían mantenerse unidos ante la adversidad para explorar nuevas alternativas y no quedar al margen del circuito productivo, les permitió encarar una lucha interminable y agotadora. Y, lo más importante, lo hicieron sin quebrarse.

   Mónica Troncoso es una de las integrantes de la cooperativa Unión y Trabajo Ltda., la figura jurídica que crearon los trabajadores cesanteados para gestionar una residencia geriátrica.

   En el porteño –y también recuperado- Hotel Bauen, ámbito donde se reúnen los representantes de las empresas nucleadas en la Federación Argentina de Cooperativas de Trabajadores Autogestionados (FACTA), y a poco de emprender el regreso a su provincia, Mónica le contó a “La locomotora” de qué manera los trabajadores resistieron el cierre de la clínica, carpa y numerosos obstáculos mediante, hasta lograr la expropiación y conformar la nueva empresa.

¿Qué es la cooperativa Unión y Trabajo?

Una cooperativa integrada por 24 socios, que intentamos recuperar el sanatorio Ados, el más grande de la provincia después del hospital público. Lamentablemente después de tres años de lucha fue rematado y para no salir con las manos vacías, vimos lo que podíamos hacer en nuestra provincia y nos dimos cuenta de que el sector de la tercera edad no estaba atendido y nos dedicamos a eso.

El 16 de marzo de 2008 inauguramos la residencia. El hecho que hayamos salvado la fuente de trabajo no es un detalle menor. Tenemos más expectativas, porque estamos formulando un proyecto de farmacia propia, la fabricación de pañales descartables y la sala de rehabilitación.

¿Qué acciones emprendieron tras la quiebra del sanatorio?

Decidimos tomar en custodia los bienes. Nos quedamos adentro nueve meses, refaccionamos todo lo que pudimos, pintamos y después nos dimos a conocer. Cuatro días antes de reabrir, por la noche nos desalojan con la fuerza policial. Estuvimos dos años y medio con una carpa en la vereda hasta que se remató. Luego de ser rematado, rápidamente empezamos a formular este proyecto del geriátrico y a la par seguimos luchando en la Cámara de Diputados, en la Legislatura. De hecho, se aprobó la ley de expropiación al comprador y es ahí donde el gobierno de la provincia nos llama a negociar. Que nos bajáramos de la expropiación a cambio de un edificio, de una construcción para el geriátrico. Estamos alquilando una clínica hasta que esté listo el edificio. Es para 80 residentes, un hogar de día para 40 y 10 consultorios para diagnóstico y rehabilitación, más allá de todas las dependencias que tiene la institución.

¿Cómo fue la relación con el poder político mientras estuvieron en la carpa?

Durante dos años y medio el gobernador que fue desalojado (Angel Eduardo Mazza), no nos recibió nunca en su despacho. No le interesó nunca qué proyectos teníamos ni por qué estábamos luchando; absolutamente nada. El gobernador actual, Luis Beder Herrera, nos llamó a negociar cuando la Cámara de Diputados aprobó la expropiación. Nos dijo que el Estado debía pagarle al comprador 8 millones de pesos, que es lo que cuesta y dijo que para el estado era pérdida, porque el comprador lo pagó 1 millón de pesos y se le debían pagar 8 millones de pesos a la hora de hacer valer esa ley de expropiación, porque había que vetarla o promulgarla. El nos dijo que era mejor construir un edificio acorde al proyecto que temíamos, en vez de pagarle al comprador 8 millones de pesos. Nosotros accedimos, se hizo el proyecto, se hicieron los planos y estamos en vías de que se concrete.

¿Tuvieron apoyo de la sociedad riojana?

Hubo llamados de teléfono a los medios de comunicación, firmas en libros y en notas que nosotros cursamos. En la provincia, el 80% de la población es “administración pública dependiente”; entonces, la gente no se muestra. Los gobiernos miden cuánta gente sale a la calle para actuar en estas situaciones. Como la gente no salía a la calle, estuvimos muy solos en ese sentido.

Las transiciones suelen ser complejas. ¿Cómo fue en el caso de ustedes?

No elegimos estar en esto. No elegimos las personas con quienes queremos ser socios. No elegimos transitar por este mundo del cooperativismo. La necesidad, la situación nos llevó a estar en lo que estamos. Entonces, por supuesto que es difícil. Todo esto es un proceso, un largo caminar y pasará un año, dos, tres o diez. De pronto, algunos vamos concientizándonos más rápido que otros y de eso se trata. Son cuatro años de cooperativismo. Hay un gran avance y capacitación todo el tiempo. La capacitación ayuda a despertar conciencia y el hecho de ver el progreso lleva a que uno vea un cambio positivo.

En la Rioja estuvo uno de los máximos referentes de la Teología de Liberación, monseñor Enrique Angelelli. ¿Hubo continuadores de su trabajo pastoral?

Lamentablemente Enrique Angelelli fue uno solo y hoy ya no está. Iglesia somos todos. Por parte de la jerarquía de la Iglesia no tuvimos apoyo alguno. Estuvimos dos años y medio en la vereda y nadie se acercó. Estábamos a un par de cuadras de la iglesia catedral, donde el obispo está, y no se apersonaron nunca. Estuvimos buscándolos y no pedimos que nos dieran la razón en tal caso, pero por lo menos sentarse a escucharnos y acompañarnos al gobierno para que escuchara cuál era nuestro proyecto, para que no se cerrara el sanatorio más grande de la provincia. Lamentablemente debo decir que la jerarquía de la Iglesia estuvo sorda, ciega, muda. La gente que hoy pregona lo de Enrique Angelelli no es justamente la de la Iglesia. Al menos, mi sentir y lo que veo es eso.

Seguramente hubiera estado junto a ustedes, resistiendo en la carpa y peleando por las fuentes de trabajo…

De eso no tengo ninguna duda. Yo crecí en un colegio católico, no crecí con mis padres. A ese colegio iba a celebrar misa y allí tuve el honor de haberlo conocido. Yo era niña, pero aún me acuerdo de todas estas cosas. Buscaba llevarnos a visitar a los “pobres y humildes” –como él decía-, nos enseñaba cómo se debía ayudar… Todo el tiempo hablaba de esas cosas. No sólo hablaba sino que buscaba la movilidad para llevarnos a nosotros a esos lugares donde la gente no tenía para comer, donde se compartía; cada uno ponía un poquito de lo que había –“a la canasta”, él decía- y volvíamos al colegio. Sin ninguna duda, él hubiese estado ahí en la carpa, no sólo con nosotros sino con el pueblo, como lo hizo siempre.

Autor: José Yapor 

 

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