Blogia

La locomotora del oeste

“Son ustedes los que tienen que inventar lo que viene”

La militancia kirchnerista de la Comuna 12 porteña agasajó al cura tercermunidista Domingo Bresci, por sus 50 años de vida sacerdotal. “Me siento todos los días sumamente gratificado por vivir este momento que estamos viviendo”, aseguró Domingo.

   El miércoles 5 de diciembre, agrupaciones kirchneristas de la Comuna 12 agasajaron al sacerdote tercermundista Domingo Bresci, quien acaba de cumplir 50 años de su ordenación. El encuentro se realizó en un ámbito estrechamente relacionado con la historia y las conquistas del movimiento nacional y popular: la Parroquia San Juan Bautista El Precursor, del barrio Presidente Saavedra, construido por la Fundación Eva Perón. Cabe destacar que en esa iglesia cumplió funciones pastorales el padre Hernán Benítez, confesor de la “Abanderada de los Humildes”.  

   En un gesto de agradecimiento a la militancia, Domingo destacó que “esta es la casa de ustedes, para lo que quieran y necesiten. Es uno de los más grandes regalos. Es un reconocimiento muy generoso a todo un grupo de curas, que no fueron pocos y asumieron este mismo compromiso de acompañar al pueblo en sus luchas por la liberación, por la justicia, por la igualdad y por el protagonismo de los pobres”.

   El religioso expresó su alegría por “saber que aparece gente nueva, gente joven, con los mismos ideales y entuasiamo con los que uno vivió. Quizás ustedes, los más jóvenes, vivan cuando sean más grandes esa expectativa de decir ‘qué va a pasar con todo lo que hice’. Hoy yo me siento todos los días sumamente gratificado por vivir este momento que estamos viviendo, porque en verdad pensábamos que nunca más se iba a dar. La generación a la que pertenezco es la del ’60; soy sesentista, porque en verdad mi vocación por la militancia social y política desde la vida religiosa comenzó en los ’60”, aclaró.

   Los pasajes más importantes desu mensaje fueron los siguientes:

   “Con la dictadura pareció que todo lo que habíamos estado viviendo se terminaba. Ustedes, por suerte, no tienen esa sensación. Néstor y Cristina un poco lo transmiten, pero ellos son más jóvenes que yo. Vivieron un enganche con la generación del ’60. Pueden ser los Kunkel, Cacho El Kadri –amigazo- o los Taiana. Tipos que en los ’60 fuimos descubriendo, preparando y respondiendo al mundo que nos tocaba vivir. Es una satisfacción enorme saber que hay una continuidad, que no se terminó todo con nosotros”.

   “En la invitación que le llegó por distintos medios a la gente, yo puse ‘cincuenta años de sacerdote gracias a ustedes’. Ahora tendría que decir ‘a ustedes también’, porque cada grupo, en cada momento, me fue formando y estimulando para ir descubriendo qué era ser sacerdote. Una cosa es cómo uno lo estudia en los libros, por lo que dice la Teología, y otra es cómo vos lo asumís personalmente, con otros y en un tiempo determinado. Nosotros tratamos de comprender los tiempos que vivíamos y por eso es el ‘gracias a ustedes’.

   “Muchas veces me preguntan: ‘Pensar como usted piensa… ¿cómo no se fue de la Iglesia?’. Pregunta lógica. O… ‘¿cómo aguantó 50 años?’, porque es difícil aguantar nada 50 años y de casado ni te digo (risas). Olvídate. Yo valoro esa constancia, esa continuidad. Yo estuve abierto y atento. Esas fueron dos cosas que me ayudaron mucho. No me achanché, no me aburguesé, no me cansé, no bajé la guardia y me mantuve lo más coherente posible en cada circunstancia que me tocó vivir. Una militancia multiforme, diversa, de todos los ámbitos. De eso me siento agradecido. En un grupo que se llama La mesa de los sueños, somos cinco los que participamos: uno fue del PC, otro es socialista, otro era de otro socialismo y hace 20 años que nos reunimos. Ahora, por razones de sanatorio nos reunimos menos, porque siempre tenemos que hacernos algún estudio. Nos queremos muchísimo y estuvieron todos en la misa. Le pusimos La mesa de los sueños porque eran sueños que cada uno tenía desde donde venía y los pusimos en común. Nos llevamos fantástico; es un grupo de reflexión política donde se puede profundizar en todas estas cuestiones de ideología. Al marxismo lo agarramos de arriba para abajo y ahora somos todos peronistas. Eramos kirchneristas y ahora somos cristinistas” (risas y aplausos).

Historia de lucha

   Refiriéndose a la lucha del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, Domingo explicó:  “Lo nuestro fue una movida permanente de acciones, de compartir todos los frentes de lucha. Donde había un reclamo, ahí estábamos. Una de las cosas que rescato es que desde el campo popular hemos hecho un aprendizaje sobre los grandes temas que nos movilizan. En los ’60 y ’70 el gran tema era la revolución, la revolución ya, ahora, como sea. Hoy tenemos que repensarlo. Queremos ser revolucionarios, transformar la realidad apuntando a una mayor justicia y protagonismo de los pueblos. Evidentemente, la caracterización de lo que era la revolución la tenemos que reformular, rehacer. A veces uno escucha que si no se puede hacer esa revolución, se acabó la revolución. Lo que sirve es compartir este aprendizaje, aquello que uno puede decir que aprendió, que escuchó. Si nos ponemos a repasar, todos los temas profundos sociales, políticos y culturales los hemos tratado, los hemos abordado”.

   “Nosotros podemos ser un punto de partida, pero son ustedes los que tienen que inventar lo que viene, teniendo en cuenta lo que se vivió, lo que pasó. Cuando éramos jóvenes creíamos que no éramos nada y, sin embargo, algo pusimos y ustedes van a poner algo. Entonces, surge esta idea de una mirada larga de la historia, como una cuestión de base”.

   “No sé cómo me invitaron a un grupo de reflexión, que se reúne -aunque no pertenece exactamente- en la Universidad Católica. Dos preguntas: por qué nosotros apoyábamos la lucha armada y, al final, casi me muero porque eran católicos los que lo decían, por qué hablamos tanto de los pobres. Puedo sacar el Antiguo y el Nuevo Testamento para fundamentarles por qué no se puede hablar de otra cosa como bloque suscripto desde los pobres. Y una tipa me dijo lo que escuchamos, viste… ‘pero… ¿y los de la clase media?’. Es terrible, pero estas preguntas que hacen a esta reinterperetación o reelaboración de la historia, son fantásticas, porque es riquísimo esto. Nada está terminado, nada está acabado y está todo por hacerse. Ese es otro aprendizaje que yo hice: que las cosas se van haciendo al andar. Desde mi experiencia, ¿cómo lo logré?: siempre estando junto con otros. No hay otro camino de descubrir y de hacer si no es con otros, pensándolo y haciéndolo con otros. Hay que pensar mucho este tema del sujeto colectivo. Un ejemplo muy particular es este de los curas. Fue un hecho inédito en la historia social argentina”.

“Donde estaba la gente”

   “Ahora hay montones de estudiantes de sociología que estudian el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, no sólo como fenómeno religioso sino como fenómeno social. Cómo se produjo en la Argentina, porque aquí fue particular que cuatrocientos sacerdotes de cuatro mil conformaran un bloque de pensamiento, de acción, y se plantaran frente a la jerarquía eclesiástica y civil y discutieran todo ampliamente en encuentros regionales y nacionales. Salíamos todos los días en todos los diarios porque donde había un lío, ahí estaban los curas. Pero detrás de esa palabra lío hay mucho: desde el conflicto en El Chocón hasta los ingenios en Tucumán, los hacheros de Santa Fe, los universitarios de Buenos Aires y los colegios del noreste. Ese fue un descubrimiento y una práctica: estar donde estaba la gente peleando por sus derechos. Es bueno citar la frase ‘donde hay una necesidad hay un derecho’. Desde la perspectiva cristiana es elemental; hay todo un temario en la Doctrina Social de la Iglesia, que no es usado o es tapado. Pero esto es básico, entonces nosotros actuamos en ese momento en que estaban clausurados otros canales. ¿Por qué surge el movimiento? Un poco por el impulso de los curas, que junto con otra gente de esa generación descubrimos un mundo nuevo y un deseo de cambiar ese mundo viejo en el que vivíamos, con todas las características que le dábamos. Nos preguntábamos por qué existen pobres, por qué hay diferencias y unos países están sobre otros. Preguntas básicas que uno se hace y encontramos que muchos otros grupos se planteaban lo mismo. Allá fuimos y ahí nos juntamos. En un pueblito era con los maestros y en Córdoba con los trabajadores de las fábricas automotrices”.

   “Fue muy interesante, porque nos acercamos a los movimientos sociales y los movimientos nos aceptaron y nos tomaron como parte de ellos. No había ningún paternalismo. Siempre queríamos acompañar. A veces elegían a los curas para que encabezaran cosas. Los curas no querían ser delegados de fábricas, pero a veces los compañeros decían ‘tenés que ser vos’ y terminabas aceptando. Todo lo revisábamos, lo planteábamos y no se hacía nada porque sí. En ese momento -en la dictadura de Ongañía-, donde estaban cerrados el Congreso, los sindicatos y las universidades, los voceros naturales de la sociedad estaban apagados. Aprovechando esa coyuntura, esta vocación y este impulso, aparece este grupo de curas. Eran los únicos que hablaban, los únicos que se animaban y los únicos a los que hasta ese momento no les hacían nada. Soy un vicioso de los recortes y, si recorren cualquier diario de la época, van a ver que aparecemos todos los días en alguna cosa. Un grupo de curas, en algún lugar del país, estaba haciendo algún despelote. Eso nos identificó, nos enriqueció y nos hizo descubrir para qué éramos curas. Nosotros nos metimos para ser curas como era ser curas en aquella época. No era tan troglodita como en los ’40, pero recién desde el ’62 al ’65 con el Concilio Vaticano II todas estas cosas se discuten. Los 400 sacerdotes más otros simpatizantes empezaron a revisar lo que habían estudiado y las prácticas sacerdotales que habían tenido, todas buenas y legítimas, que la gente pedía, pero todas mirando hacia adentro de la Iglesia. El crecimiento interno era un objetivo, que la Iglesia tuviera más gente y más peso. Nuestro surgimiento rompe totalmente con eso; fue un despertar fantástico. Todos los curas fueron reinventando su sacerdocio”.

Costo justo

   “Para mi todo es pastoral, todo es social y todo es político. Está todo junto. Otro tema para repensar es el de las dicotomías, propias de fechas anterioriores al ’60. La fe va por un lado y la política por otro o los movimientos sociales por un lado y los partidos políticos por otro. No sabían qué hacer con nosotros; ¿qué éramos?: políticos, dirigentes sociales, curas revolucionarios, revolucionarios de qué… Este es otro aprendizaje, que nos hizo muy bien para descubrir que la vocación sacerdotal era muy amplia y no importaba si, por alguna razón, un sacerdote dejaba el ministerio y otro se quedaba. Si era mejor el que se iba que el que se quedaba o al revés. No, son distintas formas de continuar con la misma vocación. La mayoría de los curas que dejaron el ministerio sacerdotal continuó militando en los campos donde estaban o en los que fueron apareciendo. Ninguno, excepto muy poquitos, se dedicaron a hacer plata. Fueron a  vivir a barrios humildes y siguieron trabajando, sin el peso que ellos sentían de la estructura eclesiástica, que es repesada. Yo logré esquivar de algún modo y evitar que esa estructura me demoliera. Los que fuimos curas del movimiento pagamos un costo justo. Fuimos separados de toda posibilidad de ascenso eclesiástico, pero como nadie lo quería… ‘No vas a ser obispo’ y ¿quién dijo que yo quiero ser obispo? (risas), que a mi eso me satisfaga más que estar con ustedes hoy. Todos los curas nos sentimos super agradecidos a los que acompañamos y nos acompañaron. Por eso ese gracias a ustedes”.

Relación con el peronismo

   Como broche de oro de su mensaje, el padre Domingo Bresci reflexionó sobre la relación que el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo tuvo con el peronismo: “Formamos parte de las cuestiones que se planteaban en esa época. Muchos de los curas del movimiento originalmente fueron antiperonistas. Es muy complejo interpretar el conflicto de la Iglesia con el peronismo. Digamos que muchas generaciones de católicos que se incorporaron a los procesos de cambio, después de lucha, venían del nacionalismo católico. Los compañeros montoneros eran todos nacionalistas católicos, de familias antiperonistas. La mayoría de los curas que pertenecíamos al movimiento éramos de clase media popular y, a los que estaban más vinculados a la Iglesia institución, les costaba mucho –como le hubiese costado a cualquiera- ser católico y peronista. Fue un conflicto de conciencia que se creó en los sectores populares. (Ayer) Como hoy, los sectores populares en su gran mayoría son religiosos. En aquel momento, no era el 70 y pico por ciento como ahora, sino el 95 por ciento. No sólo profesaba que era católico, sino que lo practicaba. Entonces, les costó mucho experimentar el confluicto con Perón y le creó ese problema de conciencia. Si soy peronista tengo que estar contra la Iglesia y si estoy con la Iglesia tengo que estar contra el peronismo. Pero esta clase media católica nacionalista sufrió ese cambio, esa transformación que se dio en los sectores medios de la Argentina en los ’60. En muy distintos ámbitos hubo una recuperación de lo nacional, por ejemplo, en las universidades con la aparición de las cátedras nacionales. Y, ahondando en eso, diciendo por dónde pasa lo nacional, como después vamos a decir por dónde pasan la revolución y el socialismo en la Argentina en términos concretos, todo va confluyendo para que se responda: ‘en Argentina todo eso pasa por el peronismo’, como el movimiento histórico de liberación en Argentina. En su momento se hablaba de los procesos de liberación, de descolonización y nosotros entramos en esa onda”. 

“Estoy orgullosa de ser hija de árabes”

Alicia Homsi recordó a su padre, Issa Melhem, quien arribó al país cuando tenía catorce años.

 

   “Mi mamá vino de Jerusalén y mi papá de Damasco. El vino solo. Estaba enamorado de una chica jovencita, mi mamá, y entonces ‘hizo la América’ acá y volvió con plata. Se casó con mi mamá. Los padres de mi mamá le decían que no, porque era un hombre grande. Una vez casados vinieron a la Argentina. Mi papá era mundano. Vivió en Italia, en Chile, en Bolivia y en Brasil. Agarraba todo y se lo llevaba, pero después tenía que poner mucho en la aduana y se descapitalizaba”, relata Alicia Homsi.

   Su padre, Issa Melhem Homsi, se casó con Anulith Antón. Sus hijos fueron Amelio, Adel, Clotilde, Alicia, Abel (‘Lito’), Héctor y Lidia Ester.

   “Mi papá vino como polizón, siendo muy chico, con catorce años. Volvió con bastón, sombrero y virola de oro para conquistar a mi mamá. Primero se estableció en Lincoln, donde nacimos tres hermanos. Después pasaron a General Pinto, donde había muchos Homsi, parientes nuestros. Ahí nació el más chico, Héctor”, explica.

   “La casa de los Homsi fue en Tuyutí 449, la calle que ahora se llama Miguel Calderón. Mantenía contacto con familiares, con quienes se escribía cartas. Mi mamá tenía un hermano cura, que vino a vernos, y otro maestro. Ella era de familia más paqueta que él. No conocí a ningún abuelo”, cuenta Alicia.

   Define a su padre como “un intelectual”, que “leía La Prensa y comentaba las noticias con todos los hijos” y de él rescata “la honestidad que nos inculcó. Nos educó bien, con mucha honradez, que para él era lo principal. Estoy orgullosa de ser hija de árabes”, remarca.

   Al hablar de sus actividades, señala que don Homsi “tuvo una mercería grande, en la esquina de la casa. Había un salón grande y también cortaba el pelo. Cuando era joven, en un Ford color verde con capota, salía a vender por los alrededores de Chivilcoy. Cuando falleció papá, nadie continuó con el negocio. Mis hermanos fueron relojeros y joyeros”, agrega.

   Lo describe como un hombre “delgado, alto y de ojos claros. En el barrio le decían ‘Don Homsi’ y todos lo querían mucho. Allá hay un pueblo que se llama Homs y dicen que de ahí sacaron el apellido”, asegura.

  “Murió a los setenta años de un aneurisma de aorta abdominal, en 1961 –precisa Alicia-. Abelito, el joyero –que era muy famoso en Chivilcoy-, adquirió la misma enfermedad que mi papá, pero a los cuarenta y dos años. Fue un gran dolor para mí, porque lo veía todas las mañanas y él venía a mi casa todas las tardes a ver a los chicos. ‘Lito’ fue el que reemplazó al padre entre todos nosotros”, recuerda.

   Alicia está casada con Juan José Corraro. Sus hijos son Pablo Mariano, Juan Fernando y Marcelo Fabián. Tiene seis nietos.

 

Autor: José Yapor

“Vino, como todos, a buscar una situación mejor”

Miguel Huebes, inmigrante del sur libanés, en el recuerdo de sus hijas Nélida Yolanda y Elba Regina

 

   Procedente de Aalma, municipio del sur del Líbano, Miguel Huebes llegó a la Argentina en 1911, cuando era apenas un joven de dieciséis años. Del matrimonio que formó con Carmen Antogna nacieron ocho hijos: Miguel Angel, Abraham Ramón, Juana, Rosario, María Elena, Nélida Yolanda, Elsa Haydée y Elba Regina.

   Los testimonios de Nélida Yolanda y Elba Regina ayudan a reconstruir la historia de una familia de hondo arraigo en la comunidad chivilcoyana, que involucra también a las localidades de Moquehua y Ramón Biaus.

   “Mi papá nació el 29 de septiembre de 1895. Vino como todos los inmigrantes de aquella época: a buscar una situación mejor que la que tenían en sus países. A los trece o catorce años empezó con el fardito al hombro. Cuando se casó con mi mamá fueron a vivir a Moquehua y después pasaron a Ramón Biaus. Cuando fue haciendo una posición más o menos holgada, compró dos casas y se vinieron a vivir a Chivilcoy”, comienza su relato Nélida.

   “Acá vivieron hasta el final de sus vidas –comenta-. Hicieron una familia, con ocho hijos, seis mujeres y dos varones. Así fue la historia de ellos: siempre trabajando. Tuvimos una tienda en la avenida Villarino y Saavedra, que se llamaba ‘Del Carmen’, y otra en Buenos Aires, que después se vendió. Cuando cerró la tienda de la Villarino, papá estaba haciendo los trámites para jubilarse. Fue allí cuando falleció”.

   Recuerda Nélida que “teníamos como vecinos a otros miembros de la colectividad, como los Posik, Salomón y Aré. Estaban todos por esa zona”.

   Describe a su padre como “un hombre muy callado, muy para adentro. Uno se daba cuenta por sus actitudes lo que sentía por sus hijos y su mujer. En todos los años de casados, nunca se los vio discutir. Fue un matrimonio muy bien llevado. Los hijos que quisieron estudiar, estudiaron, y los que no, estuvieron muy preparados para llevar una casa. Gracias a Dios y a ellos fuimos muy bien cuidados”, agradece.

   “Usted se daba cuenta del amor que sentía por sus hijos, pero todo para adentro –insiste-. Si alguien se enfermaba, se sentaba al lado de la cama donde uno estaba enfermo y ahí se quedaba. Si uno viajaba a Buenos Aires, se paseaba en la vereda hasta que uno llegara. Era muy de cuidar a sus hijos”, recalca.

   “Se escribía con un hermano, que del Líbano se fue a vivir a Australia. Después todo se cortó”, lamenta.

   En relación con la actividad comercial que desarrolló Miguel Huebes, su hija cuenta que “cuando vinimos de Ramón Biaus, mi papá puso el negocio en la 25 de Mayo y después, cuando compró la casa, en Bolívar y Olavarría. De ahí nos fuimos a Buenos Aires, en la época del ’45, pero ni mi papá ni mi mamá se adaptaron. Cuando volvimos, como teníamos la casa alquilada, alquilamos en la Villarino, donde estuvimos hasta que él falleció”.

   “En la tienda estaban él y mi mamá. Yo nací en Ramón Biaus y el resto de los hermanos, acá. Estuve en Biaus hasta los tres o cuatro años. Allá había un primo segundo de mi papá. Eran muy pocos de familia. Había, además, otro primo en Buenos Aires y una prima. Mis dos hermanos varones no tienen hijos varones; así que parece que el apellido por ahí se termina”, lamenta.

   Nélida Yolanda se destaca en la preparación de comidas árabes, a tal punto que asegura que “cuando mis sobrinos quieren comer algo, vienen acá y les preparo el kebbe con el mortero. También preparo el repollo relleno, que antes también hacía con hojas de parra. También el yatro, con lentejas, cebollas y burgo candeal. Mi mamá le preparaba a mi papá el laben”, recuerda.

 A modo de homenaje

    Algunos meses antes de su imprevista partida, Elba Regina acercó sus propias vivencias sobre el pasado familiar. Contaba en aquellos primeros meses de 2011 que “yo siempre supe que mi papá, cuando llegó a la Argentina, tenía dieciséis años. También sabía que nació en el año 1895, pero de acuerdo a la partida de nacimiento que me llegó después, nació en el ‘96. O sea que en esa época los datos que se tenían no eran precisos; eran datos que daba Migraciones, que fabricaban ellos y no siempre reflejaban la realidad. Uno se enteró de eso después, cuando recibió documentos por algún motivo”.

   “Mi papá vino con un primo que se llamaba Ramón y vivió en Ramón Biaus. Cuando mi padre vino a Chivilcoy, empezó a trabajar con su mochilita al hombro, como todos los libaneses o árabes, en el campo. Después, corriendo el tiempo trabajó muy bien, conoció a mi madre, que era italiana, y se casaron. Pusieron negocio, primero en Ramón Biaus, después en Chivilcoy y después en Buenos Aires. Con el tiempo, debido a todos los tumultos que había en los años ‘44 y ‘45, se volvió a Chivilcoy porque prefería estar más tranquilo. Volvió a Chivilcoy y puso negocio. Trabajó casi hasta que murió. La primera tienda la tuvo en Bolívar y Olavarría, que era nuestra casa paterna y después, cuando volvimos de Buenos Aires, fuimos a la avenida Villarino frente a la Escuela 4. Era cómico, porque teníamos a los Salomón enfrente, a un Posik a la cuadra y a otro Posik en la otra cuadra. O sea que estaba toda la colectividad en término de tres o cuatro cuadras. Ahí estuvo hasta que falleció”.

   Por su condición de hermana menor, Elba Regina recordaba que don Miguel solía decirle con cariño que era “la borra de la familia”.

 El negocio

   En aquella cálida conversación, que transcurrió en el local de la Mercería ‘Regina’ –a metros del cuartel de Bomberos Voluntarios-, recordaba los pormenores de las actividades comerciales de su familia: “El negocio era esquina, pero la parte larga estaba sobre Villarino. Tenía dos grandes vidrieras y dos mostradores grandes. Era un negocio muy bien puesto. Mi papá viajaba a Buenos Aires para comprar mercadería en forma permanente. Para nosotros era una fiesta cada vez que llegaban los cajones con la mercadería. Empezar a ver qué había traído era la curiosidad. Toda esa gente que era clienta de él en el campo, venía a Chivilcoy a comprarle. Mi mamá cosía las bombachas de campo a toda la gente de allá, de aquella zona”, agregaba Elba Regina.

 

Abraham Daud: un palestino que vivió en La Rica

Su hija, Ofelia Elodina, recordó su infancia en la vecina localidad, cuando su padre salía a vender por los campos de la zona.

 

   “Mi papá, por lo que yo sé, vino cuando tenía diecisiete años. Nació en Palestina y dejó allá madre, padre y dos hermanos: José y Neda. Siempre contaba que cuando se despidió de su familia, la madre se quedó llorando. Vino escondido en el barco, sin pagar boleto, y no sé cómo vino a parar a La Rica”, relata Ofelia Elodina Daud.

   Su padre, Abraham Ramón Daud, se casó con Josefa Rasquin y de esa unión nacieron Nélida, Emilce, Ofelia y Roberto José.

   “Nosotros nacimos todos en La Rica –indica Ofelia-. Papá no sabía leer ni escribir y le enseñó un tal Augusto Reynes. Tuvo tienda y era marchante; cargaba a la espalda esos fardos grandotes, enormes, y salía a pie desde La Rica hasta cerca de San Sebastián. Iba a vender a las estancias con dos fardos”, acota.

   Ofelia explica que su padre “como buen inmigrante, progresó y compró caballo y charré” y lo definió como “un hombre muy progresista, que tenía su vivienda, una quinta y su caballo en La Rica”.

   En cuanto a las costumbres de Abraham Daud, cuenta que “le gustaba vestir de botas, pañuelo al cuello y bombacha” y, además, “comer la yema del huevo crudo, sacándole la clara”.

   Allá en La Rica, “la tienda estaba enfrente del antiguo almacén de López Lastra. Era la única que había en el pueblo y no tenía nombre. La casa estaba pegada al negocio. Tenía de todo: ropa de campo hasta hilos de coser y agujas. Muy bien puesta”, asegura.

   Periódicamente aquel inmigrante “venía a Chivilcoy, porque tenía sus amistades y visitaba la tienda del ‘Turco’ Amado, en la avenida Sarmiento. Se había comprado una chatita y nos traía una vez a cada uno de los hijos”.

   A modo de anécdota, recuerda que “mi mamá se enojaba cuando iban los paisanos a visitarlo a La Rica, porque ellos hablaban en su idioma. No le gustaba porque decía que no sabía de qué se trataba”, justifica.

   La temprana muerte de su padre cambió abruptamente la dinámica de la vida familiar, a tal punto que su madre decidió dejar La Rica para seguir adelante con la crianza de sus hijos. “Cuando falleció mi papá, en 1939, mi mamá era una mujer joven y tenía que seguir trabajando para criar a sus cuatro hijos. Vivimos frente a la Plaza Moreno, hasta que hizo los trámites y vendió en La Rica”, concluye.

   Ofelia se casó con Juan Antonio Battista. Del matrimonio nacieron José María, Gustavo Antonio y Marta Ofelia. Con orgullo, cuenta que tiene ocho nietos y una bisnieta.  

Autor: José Yapor 

“Los de la colectividad nos conocíamos todos”

Armando Daude destacó el trato cordial que existía entre las distintas familias de origen árabe en nuestra ciudad.

 

   Del matrimonio que conformaron Miguel Daude y Emilia Jorge, nacieron Alfredo, Teresa, Floro, Ismael, José, Eduardo, Delia, Siria y Armando.

   Fue justamente Armando quien contó los principales hechos de una historia familiar que comenzó a escribirse en Gorostiaga, cerca del arroyo Las Saladas.

   “Tanto mi padre como mi madre vinieron de Siria. Los presentó mi tío, el hermano de mi madre, que a mi papá ya lo conocía. Antes los paisanos se presentaban así”, explica.

   “Cuando yo era muy chico, vivíamos en Gorostiaga, donde mi padre salía a vender ropa en el charré. Vivimos en el campo de los Mora, que quedaba pasando Las Saladas. Después nos vinimos a Chivilcoy, al Barrio del Pito, al famoso Barrio del Pito. La casa estaba en la avenida 22 de Octubre y Brandsen. A mi madre la conoció en Buenos Aires, cuando ella vino con el hermano”, cuenta Armando.

   “Con lo que vendía en el recorrido que hacía por el campo, ganaba el sustento para la familia. Mi mamá tenía demasiado trabajo en la casa. Algunas veces papá tardaba una semana en volver. Mi hermano Emilio hizo el mismo trabajo que mi padre, hasta que falleció. Mucho tiempo salió en jardinera con dos caballos. Yo era chico y le abría el portón. Recuerdo que muchas veces se llevaba por delante el tapial con la jardinera y lo volteaba. Emilio domaba animales. Después se fue modernizando y compró una camioneta. Con los años fue cambiado los vehículos. Tenía mucha clientela y mucha gente conocida, en las localidades de la zona que siempre visitaba. Emilio tenía gallos de raza, participaba en las exposiciones y sacó muchos premios”, recuerda.

   Y continúa el relato: “En la época de cosecha íbamos a juntar maíz. Lo hacían más los italianos, pero también iban muchos árabes, porque había poco trabajo. En Chivilcoy, los de la colectividad árabe nos conocíamos todos y nos tratábamos siempre con ese respeto que nos daba la convivencia de muchos años. Acá cerca estaba Maizú, que para mi era como un hermano. Con los Salomón siempre nos tratamos como primos. De los once hermanos quedamos dos: Delia y yo. Somos familiares de los Jorge, de la Plaza Mitre. Los mayores han fallecido y han quedado los sobrinos y nietos”, agrega.

   Entre sus primos de apellido Jorge, menciona a Ernesto, Floro, Juan Carlos (‘Catuto’) y ‘Ñata’, hijos de Domingo.

   María Inés Coviello, esposa de Armando, también aporta sus recuerdos de otros inmigrantes de origen árabe: “Nosotros vivíamos en la quinta de mis abuelos Coviello, en la calle Laprida al 900, que todavía está. Pasaba en jardinera don Fortunato Cura, creo que una vez por semana. ¡Qué buena persona que era! Un hombre muy respetuoso. Le comprábamos cosas que él llevaba y, a su vez, le sabían vender gallinas y huevos. También solía ir don Jacinto Elías, que vendía hilos y llevaba una canasta grande. Cuando él iba, yo ya era grande y cosía. Como estábamos en la quinta, los esperábamos y sabíamos el día en que vendrían. ¡Qué cosa distinta a lo de ahora! Tenían un trato especial; eran muy amables y muy cariñosos. Nosotros éramos chicos y los esperábamos”, finaliza.

El embajador libanés recibió a José Yapor

En las próximas semanas, difundirá en el Líbano el libro de reciente edición.


El embajador de la República del Líbano en la Argentina, Hicham Hamdan, recibió en la sede diplomática al periodista José Yapor, autor del libro “Libaneses y sirios en Chivilcoy”, de reciente edición.
   Durante el encuentro, que se produjo el pasado viernes 13 por la mañana, Hamdan elogió la iniciativa, se interiorizó sobre el desarrollo del proyecto y adquirió una importante cantidad de ejemplares para distribuir en el Líbano, durante la visita que emprenderá en las próximas semanas. Asimismo, invitó al autor chivilcoyano a presentar su libro en instituciones con sede en Capital Federal, en actos culturales previstos para los meses de septiembre y octubre próximos.
   El diplomático, que cumple funciones en nuestro país desde el año 2000, destacó que trabaja en la creación de un centro que promueva el intercambio binacional en materia de cultura, arte, educación, ciencia y tecnología.
   Cabe recordar que “Libaneses y sirios en Chivilcoy” fue presentado el sábado 16 de junio, en el Museo de Artes Plásticas “Pompeo Boggio”, ante un importante marco de público. La obra documenta la llegada, el arraigo y la actuación de los inmigrantes de origen árabe que llegaron al país hace cien años. Debido a la rápida aceptación que tuvo el libro, el autor proyecta realizar una segunda edición ampliada.


Publicado en Diario La Campaña, Lunes 16/7/12

Jorge Simón Yapor: del norte libanés a la pampa húmeda

Segunda parte 

   En tiempos de militancia en la Acción Católica Argentina, Simón concurría asiduamente al Centro Estrada, ubicado a escasos metros del templo mayor de la ciudad. Cuando allí concluían las reuniones, junto a algunos amigos frecuentaba la Confitería La Perla -en la esquina de 9 de Julio y Villarino-, hoy como ayer reducto de memorables veladas tangueras.

   Una noche se produjo un singular hecho policial, que tuvo como protagonistas a dos miembros de la colectividad. Así revive Simón aquellas escenas: “Al llegar a casa, una noche, como a las dos de la mañana, la encuentro a mamá con el teléfono. Le pregunté qué pasaba y me dijo que había un lío en la comisaría con dos paisanos que habían tenido problemas. ‘Llaman a ver si puede ir tu papá’, me dijo. Como ya era una persona grande, de más de setenta años, le dije: ‘No, ¡qué lo vas a estar llamando! Dejá que voy yo’. Llego y me encuentro con el oficial Bruni, con quien tenía amistad porque era pariente de los Cancelo. Y como con Cancelo somos amigos de años y años, dos por tres nos encontrábamos en la casa del ‘Bocho’ con los Bruni. Cuando llego, estaba Salomón Abraham, que era hincha de Huracán de Chivilcoy e iba a todos los partidos. Decía: ‘Yo en cancha no bago, borque soy socio putalicio. La deja entrar borque yo dirijo a la barra’. Vivía en la calle 25 de Mayo casi Coronel Suárez con Pedro Escándar, dos paisanos musulmanes. El problema vino porque Escandar había ido al cine a ver una película y, cuando volvió, Salomón -que estaba detrás de la puerta- agarró un palo y le pegó en la cabeza. Por supuesto, lo lastimó y lo tuvieron que llevar al Hospital. Le dieron dos o tres puntadas e intervino la policía. Entonces, Bruni me dice: ‘Quiero saber qué es lo que pasa, porque a este hombre no lo entiendo’. Lamentaba que no estuviera papá, pero le dije: ‘Dejá, que yo estoy práctico con esto’”.

   Y llegó el momento en que el agresor brindó su testimonio de los hechos. El hombre explicó a su manera: “Yo tenía una calienta. La cargó un brovincial y entonces fui al Yerri”. En su rol de traductor, Simón le explicó al oficial que una clienta le había encargado un corte de tela provenzal y que don Salomón, en su afán por ganarse la venta, fue a comprarlo al negocio de Jorge.

   “Corta un bedacito”, le pidió a Jorge, quien le sugirió que llevara la pieza entera, porque era bueno que la interesada –empleada de una panadería- viera las flores grandes que decoraban la tela.

   “Se lo llevó y le pidió el precio de cuatro pesos el metro –prosigue Simón-. ‘Voy a ver’, le dijo la señora, porque le habrá parecido un poco caro. El otro se entera, porque compraban el pan en la misma panadería, y le lleva la misma tela, pero en lugar de cuatro le pidió tres. Jorge se lo vendía a dos pesos y uno la ofrecía a tres y el otro a cuatro. La señora se la compró al que la vendía a tres y el otro se molestó porque le había hecho la competencia. Parece que, aparte de comprarle el pan, los dos estaban enamorados de la panadera y estaban haciendo méritos propios para tratar de conquistarla”, cuenta entre risas.

   Pero lo más jugoso de la historia llegaría después: “Bruni me dice: ‘¡Qué vamos a estar haciendo sumarios y demás, si viven juntos y mañana se arregla! Asústelo un poco. Ya estoy cansado de decirle que va a terminar en Sierra Chica. Vino dos o tres veces, siempre le digo lo mismo y siempre vuelve’. Yo le dije que se lo repitiera. ‘Bueno, Abraham, la última vez que te lo digo: ¡la próxima vez que vengas a la comisaría vas a terminar en Sierra Chica!’. Salomón Abraham me mira y dice: ‘ Ve baisano, siembre la está amenazando a mí. Ya muchas veces la dijo que va a cortar toda en bedacitos con una sierra chica’. Yo le expliqué: ‘No, Salomón, Sierra Chica es un penal’. Me mira serio y dice: ‘Deja joder, a esta hora las dos de la mañana y con el desbelote que la tenemos, lo único que falta es que nos bongamos a jugar al fúpbol’. Ahí terminó la reunión. ¡Qué iba a entender el paisano que un penal era una cárcel...!”.

El legado de Don Jorge

   Cuando Simón habla de su padre, se iluminan sus ojos y su voz se entrecorta entre una frase y otra: “A veces me acuerdo del viejo y qué se yo… Creo que si hubiera tenido estudio hubiera sido un filósofo, porque hacía comparaciones que son reales. El vivía en un pueblo montañés, Beit Mellat. En ese pueblo montañés él no veía la montaña, porque estaba viviendo en la montaña. Y cuando la quería ver, dice que salían con otro chico y caminaban, caminaban, caminaban, acompañados de un grande, hasta otro pueblo vecino que estuviera más alejado y recién ahí veían la montaña. En la Sagrada Escritura uno ve a Cristo que hablaba a través de parábolas y es característico en los árabes, especialmente en los libaneses, hablar de esa manera. Y me decía que vos estás viviendo al lado de alguien y como lo tenés al lado no lo ves. Y cuando lo perdiste, porque se murió, recién te acordás. Yo a mi padre ahora lo estoy viendo más grande de lo que en realidad era”, confiesa.

   “Cuando papá tenía diez años, no sé con qué paisano fue –si con Juan Samara o el abuelo de ‘Pampa’ Cura- hizo un giro en la Embajada del Líbano y trajo al padre y a la madre. Vivió en la calle Alem -que en esa época era Echeverría- y Alsina. Ahí había un galpón, donde vivían ocho o diez árabes. Uno de sus amigos vivía ahí. Siempre se quedaba uno y los ocho o nueve restantes salían a vender. Pero siempre muy respetuosos de la zona que tenía cada uno. Me acuerdo que en las vacaciones papá nos llevaba a nosotros en la jardinera. Una vez le dije: ‘Papá te pasaste esta casa’; me respondió: ‘No; ahí viene don Emilio’. Y ahí iba don Emilio Aré, quien a su vez hacía lo mismo. No era un acuerdo; no había nada firmado, pero respetaban al cliente de uno y de otro”, destaca.

   Don Jorge andaba solo. El que le daba los “cachivaches” para vender, para que no cometiera errores, a él y a los demás “baisanos” les decía que vendan “todo a veinte”, consejo que los “turcos” transformaron en la popular expresión ‘tudo a vinte’. Simón todavía no se explica “cómo hizo” Jorge vendiendo por monedas, con tan solo ocho años, para reunir el dinero que le permitió traer a sus padres al país.

La tienda y la jardinera

   En aquella época, muchas operaciones de compra-venta se realizaban por medio del trueque. Era muy común que los vendedores de origen árabe intercambiaran ropa, tela y artículos de tocador por comestibles y productos de granja. Para establecer los términos del intercambio, todas las mañanas anotaban las cotizaciones de los diferentes mercados, que difundía un programa que iba de 7 a 8 por la desaparecida Radio Porteña.

Con el trabajo de venta ambulante llegó el progreso y así fue que Jorge fundó, en junio de 1916, la Tienda San Jorge. Inicialmente, este tradicional comercio del barrio de la Plaza Mitre estuvo en Río Juramento y Pringles, hasta que en 1920 se trasladó a su actual dirección de Rossetti y Pringles. Años más tarde, la bonanza le permitió también “motorizarse”: “Con mi tío, Fortunato Cura, hizo un viaje hasta La Pampa en un tren de carga, porque no tenían plata para ir. Hicieron una juntada de maíz y con lo que juntaron, papá compró una jardinera usada en la Herrería Petrella, que estaba en la calle Moreno. Mi tío Fortunato le hizo hacer en la parte de abajo una especie de cajón con alambre tejido, porque él recibía en pago, aparte de huevos, pollos y gallinas. Papá no recibía pollos porque acá no tenía lugar para esperar que alguien viniera a comprarlos. Fortunato, en cambio, tenía una quinta. Esa jardinera duró una punta de años hasta que en un momento determinado, allá por los años ‘40, hicieron hacer dos jardineras nuevas”, refiere Simón y luego continúa con su apasionante relato: “Fortunato llegó después que papá, pero ya tenían vinculación, porque la familia Cura y la familia Yapor eran del clan Gaia. En el clan Gaia estaban, además, los Elías y los Abraham. En la organización patriarcal alguien era el jefe de la familia y, en este caso, el jefe era Gaia. Papá no les tenía mucha simpatía porque, según contaba, no procedieron bien con él. Mi abuelo y mi abuela tenían que trabajar; papá era chico, tendría 4 o 5 años y lo utilizaron para que cuidara los chanchos. Dormía en un galpón y eso le quedó grabado, por el maltrato que había tenido, máxime haciendo alarde de que eran del mismo clan o la misma familia. Papá ni quería verlos y siempre aclaraba que él era Yapor Abraham y nosotros, Yapor Cura”.

   Simón Yapor está casado con Elisa García Gesteira (“Ñata”). Tiene tres hijos -Carlos, Horacio y Enrique-, nueve nietos y un bisnieto que, fiel a la tradición familiar, lleva por nombre Simón.

 

 

Portadores de un legado

Mensaje de presentación del libro “Libaneses y sirios en Chivilcoy”. Museo de Artes Plásticas “Pompeo Boggio”, Chivilcoy (B.A.) – Argentina, 16 de junio de 2012

 Por José Yapor

   En esta noche, la memoria nos convoca y los protagonistas principales son nuestros antepasados. Sí, aquellos hombres y mujeres que hace alrededor de un siglo llegaron a estas tierras en busca de un porvenir mejor.

   Escaparon de la opresión, el hambre y la falta de oportunidades para poder vivir dignamente en sus propias patrias. Vinieron huyéndole al horror del Imperio Turco, que arrasaba con todo lo que encontraba a su paso.

   Vinieron desde Siria y Líbano y, en menor medida, de Palestina y otras naciones de Medio Oriente. Dejaron en sus tierras familiares y muchos seres queridos, que, en muchos casos, nunca más volverían a ver. Siempre la diáspora es sinónimo de dolor, violencia, destierro, despojo, exilio forzado e incertidumbre. Vienen a mi memoria aquellos versos de León Gieco que dicen “desahuciado está el que tiene que marchar a vivir una cultura diferente”.

   Llegaron con las únicas armas que tenían a su alcance: su inteligencia, sus brazos, sus piernas, pero sobre todo su inquebrantable voluntad para trabajar y aportar su esfuerzo a una Patria joven, a la que, agradecidos, amaron como propia.

   Los contingentes más numerosos se orientaron hacia el norte y la región cuyana. Buscaron paisajes, climas y condiciones de vida parecidos a los de sus países de origen. En las zonas centro y sur del país, el movimiento inmigratorio fue menos numeroso, pero también tuvo su importancia.

   Primero de a pie y con sus fardos a cuestas; más tarde en carruajes, fueron de tranquera en tranquera y de poblado en poblado ofreciendo productos de mercería, textiles, prendas y de tocador. Con el progreso, muchos de ellos se hicieron comerciantes y fundaron negocios que aún subsisten.

   No fueron la inmigración calificada que soñaron las elites gobernantes de entonces. Tampoco el país era el que pintó la historiografía oficial, institucionalizada en la enseñanza escolar a través de los manuales. La corriente revisionista de la historia, por medio de sus autores, cuestiona ese enfoque y Arturo Jauretche le puso rimas, cuando escribió: “Judío o turco mugriento le dicen al inmigrante, que se hizo criollo al instante y se mezcló en el gauchaje, a combatir los ultrajes de sajones elegantes”.

   Fue ese pueblo del interior profundo quien abrió los brazos a nuestros antepasados. Fueron los hombres y mujeres de pueblos originarios, el gaucho, el criollo y el mestizo quienes les hicieron sentir que esta Patria era también la de ellos. Fueron ellos quienes les ofrecieron hospedaje y les hicieron lugares en sus mesas, en aquellas salidas que duraban semanas enteras. Fueron el peón de campo, el chacarero, el alambrador, el esquilador, el tambero y sus familias quienes los recibieron festivamente cada vez que algún vendedor ambulante los visitaba.

   Y porque sintieron que esta Patria les pertenecía, nuestros abuelos y sus hijos participaron activamente de las grandes epopeyas populares del Siglo XX y también padecieron los sinsabores y derrotas que el devenir histórico puso frente a ellos.

   Días atrás, un colega me preguntaba cómo había surgido esta idea del libro. Le respondí que había sentido la necesidad de indagar sobre las causas y características del proceso inmigratorio. Le dije que prefería hablar de necesidad más que de obligación, porque lo que nos obliga no siempre nos provoca placer. Y recordé la idea que mi amigo Juan Larrea desarrolla en el prólogo, cuando expresa que somos las terceras generaciones las que nos interesamos por conocer nuestras raíces para recuperar nuestro pasado histórico.

   Hoy siento que hemos alcanzado esa meta. Y recurro al “nosotros” porque considero que  la aparición de este libro es un logro colectivo. Esas ricas historias que en estas páginas relatamos fueron escritas por aquellos nobles inmigrantes, actores centrales de este libro. Sus hijos y nietos mayores fueron los encargados de recrearlas y narrarlas. Sin el aporte de unos y otros, esta obra nunca hubiera visto la luz.

   Por eso quiero agradecer la buena voluntad y predisposición de quienes participaron. Respeto el silencio de aquellos que prefirieron no hablar. Y, por último, pido disculpas si en estos dos años de trabajo -por desconocimiento o falta de información- me olvidé de alguna familia.

   Este libro debe ser un punto de partida. Es de esperar que, dentro de algunos años, otras personas profundicen los temas aquí abordados. Porque seguramente habrá otras historias, con otros protagonistas y también otros relatos.

   En fin, esta obra que hoy presentamos habrá cumplido su cometido si, antes que brindarnos respuestas definitivas, es capaz de ayudarnos a que aparezcan nuevos interrogantes.  Porque esa es la esencia de la vida: una búsqueda constante, como aquella que emprendieron nuestros abuelos hace más de 100 años. Como portadores de un legado de trabajo, honradez y solidaridad, esta noche queremos brindarles nuestro sincero homenaje.

   Muchas gracias por esta compañía.