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La locomotora del oeste

Solidaridad con 6 7 8

   Repudiamos las agresiones sufridas por los compañeros de la producción del programa 6 7 8, que se emite por Canal 7, y expresamos nuestra solidaridad con todos los integrantes del equipo.

   La primera de ellas tuvo lugar durante el "abrazo a Tribunales" del 23 mayo, convocado por el Pro, el "peronismo federal", un sector del radicalismo, Unión por Todos (Patricia Bullrich) y otras fuerzas opositoras al gobierno nacional. 

   La segunda, en tanto, se produjo durante el cacerolazo del viernes 1º de junio en Santa Fe y Coronel Díaz de esta capital, donde los trabajadores de prensa sufrieron agresiones verbales y físicas. 

   Lejos de la tolerancia y el diálogo que algunos manifestantes reclamaban de parte del gobierno nacional, estos hechos remiten a un oscuro pasado, al que la mayoría de las fuerzas democráticas y la sociedad argentina no desean regresar.

“Trozos de una lejana historia”

Roberto Posik, hombre de reconocida trayectoria en el ámbito teatral, cuenta las historias de las familias Posik y Elías.

   Roberto Posik, descendiente de inmigrantes de Medio Oriente por las ramas paterna y materna, brinda un interesante testimonio sobre la historia familiar: “Juan Elías vivía con su familia en una aldea del Líbano, de cuyo nombre y ubicación no poseo datos. Tenía diez años y en una aldea cercana vivía la familia Nacme, que esperaba el nacimiento de una bebé, a la que  llamaron  Rosa”.

   “Tal como se acostumbraba en esa época y en esas culturas, la niña fue prometida a la familia de Juan. Pasaron  quince años y los jóvenes  nunca se conocieron. Rosa se había enamorado de otra persona, pero promesa en pie, fue obligada y preparada para concretar  el casamiento pese a las negativas y angustia de la adolescente. Parte de la ceremonia consistió en vestirla de novia, montarla en un burro, cubrirle la cabeza con un manto y, junto a sus parientes, iniciar el camino hacia la aldea, donde la esperaban el prometido y su familia. Los casaron”, relata Roberto.

   “A pesar de la llegada del primer hijo, ante las guerras, crisis y miserias vividas, Juan abandona a los suyos, va en busca de  nuevos horizontes y decide venir a la Argentina –prosigue-. Al llegar a Buenos Aires, se contacta con algunos paisanos que le sugieren trasladarse a Chivilcoy. Aquí realiza diversas tareas, hasta que le ofrecen arrendar una parcela de campo en la Estancia Del Socorro, en la localidad de Pla (Partido de Alberti). Era propiedad de los Alzaga Unzue. En tanto Rosa, que quedó sola, angustiada, sin recursos, observada por su comunidad y con un hijo al que llamaron Jorge, decide seguir el camino de su esposo y se embarca, con el apoyo de su familia, hacia la Argentina”.

   Roberto destaca que “ignorando el idioma, desconociendo esta cultura y -aún peor- el paradero de su esposo, con gran valentía y preguntando a sus paisanos, logra  llegar  al lugar donde vivía Juan. Nuevamente se une la pareja, y, a pesar de las tirantes relaciones en un primer tiempo, nacen  nueve hijos. Uno fallece al nacer y quedan Pedro, Juan, José, Antonio, Pablo, Cecilia, Ramona y María. El padre nuevamente abandona a su mujer y a sus hijos y compra una casa en la ciudad de Chivilcoy, frente a la Plaza Mitre. Algunos  de los hijos quedaron en el campo y otros llegaron a la ciudad, como Cecilia, que conoció a Domingo Posik, vendedor  de ropa que recorría las chacras. Nació entre ellos una relación”.

   “Domingo era inmigrante sirio –explica-. Vino de muy joven con su padre, Juan Posik, y su hermano, Salomón  Posik. Comenzó a trabajar vendiendo ropa que le proveían los paisanos que ya estaban instalados. Sus recorridos los realizaba en una bicicleta de reparto con una gran canasta. Luego compró una jardinera y amplió su clientela. Así llegó a recorrer la zona rural y poblaciones vecinas. Conoce a Cecilia Elías, se casan y  van a vivir a la casa que había comprado  Juan Eías, en el barrio de la Mitre”, añade.

   “Domingo  y Cecilia  abren una tienda, a la que llaman ‘La Rosada’. Gracias al esfuerzo, el empuje y honestidad de ambos, lograron prestigiar  este negocio y atraer  clientela de distintos barrios. De esa unión nacen cuatro hijos: Angelita, Juan Carlos, Roberto y Antonio. Siendo los hijos muy pequeños, Domingo contrae tuberculosis, para esa época una enfermedad incurable, y fallece a los treinta y tres años”, lamenta Roberto.

   “Cecilia queda sola, con una gran carga, sus hijos  y la responsabilidad del negocio al que no pudo seguir atendiendo. Se vio obligada a cerrarlo. Pasados algunos años, se casa con José Moyano. De ésta unión nace una hija, llamada Norma”, finaliza.

El Teatro atrae a los Posik-

   El apellido Posik está inconfundiblemente ligado a la historia del teatro. Juan Carlos, el que abrió el camino, fue convocado por integrantes de la Agrupación Artística Chivilcoy para integrar el elenco. Con su entusiasmo, contagia a sus hermanos Roberto y Antonio, quienes continúan  hasta hoy.

   Juan Carlos participa de varias obras y luego se traslada a Buenos Aires, donde se perfecciona con actores de primera línea, como Juan Carlos Gené, María Rosa Gallo y otros. Tiene la gran oportunidad de ingresar al elenco estable del Teatro San Martín. Desarrolla allí sus actividades durante más de diez años. Su carrera se vio interrumpida por un grave accidente, que redujo sus posibilidades artísticas. Igualmente se siguió perfeccionando como director y realizó varias puestas en escena, tanto en Chivilcoy como en Buenos Aires. Está casado con la licenciada Elena Marangoni y sus tres hijos son Laura, Damián y Julián.

   Roberto Posik continúa haciendo teatro en la Agrupación Artística Chivilcoy, con una trayectoria ininterrumpida de cincuenta y seis años. Dentro de la actividad teatral, se destaca como actor, director, autor y profesor de talleres teatrales. Realizó más de un centenar de puestas en escena y obtuvo premios a nivel local, regional y provincial. Actualmente se desempeña como presidente de la Agrupación Artística Chivilcoy. Está casado con la profesora María Ester Marangoni. Sus dos hijos son Daniel  y Eduardo Posik. El primero es profesor de teatro, actor y director de la escuela de teatro “La Casona de Moliere”. Eduardo es diseñador gráfico y posee una imprenta.

   Antonio Posik también fue seducido por la actividad teatral. Figura entre los fundadores del Teatro “El Chasqui”, donde dio sus primeros pasos en la actividad junto a su señora, Estela Callaci. Hoy,  después de  cincuenta años, continúan con la actividad en la Agrupación Artística Chivilcoy, como actores y directores. Obtuvieron premios a nivel local, regional y provincial. Tienen un hijo llamado Mariano, dedicado a las video-filmaciones.

   A modo de reflexión final, apunta Roberto: “Como la historia de tantos… desde aquel lejano día en que Rosa Nacme -montada en un burro, a ciegas-, iba hacia un incierto y oscuro destino, hoy se multiplicaron las familias, recordamos y atesoramos trozos de una lejana historia que nosotros seguimos contando”.

Autor: José Yapor

Dos hermanos que llegaron “en plena guerra”

Héctor Alcides Trod contó la historia de su abuelo, Jorge Elías, un inmigrante sirio que tuvo catorce hijos.

 

   “Soy nieto de un inmigrante de Beit Mellat (Líbano). Llegaron a la Argentina dos hermanos, allá por 1870 o 1875. Fue en plena guerra, cuando se dividía Siria con el Líbano. Los hermanos se despidieron en el puerto, cuando bajaron del vapor, y uno de ellos se fue para Rosario y el otro se vino para Chivilcoy con otras familias que venían de allá”.

   Héctor Alcides Trod comienza relatando de esta manera una historia familiar que transcurrió entre la zona oeste de la provincia de Buenos Aires y Chivilcoy.

   “Mi abuelo, Jorge Elías Trod, tenía catorce hijos. Su esposa fue Emilia Lombardo. Mi padre, Elías Trod, fue el mayor. Mi abuelo se dedicó a lo que se dedicaba la mayoría de esa colectividad: era gallinero. Recorría San Sebastián, Moquehua y La Rica. Pudo comprarse su quinta, hacer una base económica, crió a sus catorce hijos y murió a los setenta y cuatro años. Muchos de los hijos, después de vivir y crecer en Chivilcoy, emigraron a Buenos Aires o al Gran Buenos Aires, allá por la década del ‘50, cuando lo hacía mucha gente”, cuenta Héctor.

   “Después de treinta años, los dos hermanos se reencontraron. El hermano apareció en la quinta de mi abuelo. El tenía dos hijos médicos. Después de muchos años, en 2008, cuando me hacen un reportaje para el Día del Peluquero en el diario La Razón, ven el apellido por Internet y se comunican conmigo para saber qué era yo de ellos. Y resultamos ser primos segundos. La segunda generación. Uno de los hermanos médicos está en Córdoba y, en Rosario, hay un laboratorio Trod”, explica.  

   “De los hijos de mi abuelo, sólo vive la menor –indica-. Y quedamos los nietos de ese inmigrante, Jorge Elías Trod. Traté de investigar y conservo un papel. El tuvo que hacer unas declaraciones como que era árabe y que había tenido que atravesar la frontera turca. No nos confundamos, porque no eran turcos, sino árabes. Mi abuelo era de la religión católica y, antes de morir, pidió la visita de un sacerdote. Mi padre, y nosotros, también lo somos y tenemos los sacramentos de la Iglesia Católica”, comenta.

   “Por  parte de padre desciendo de árabes. Por vía materna, mi abuela era parisina y mi abuelo de los Pirineos, vasco francés. Mi mamá se llamaba Angela Paulina Launay. Mi abuela vino de París a los dieciocho años. Era de esas familias golondrinas que buscaban paradero y la única que nace en Francia es mi abuela; todos sus hermanos nacieron acá, en Chivilcoy, y eran de apellido Locarnini. Mi abuela después se casa con Pablo Launay y de ese matrimonio nacen tres hijas: Luisa, mi madre Angela Paulina y Rosalía, que falleció a principios de 2011, a los noventa años. Mi madre era de 1908”, puntualiza Héctor Trod.

   “Soy el menor de once hijos. Mi primera hermana, Emilia Adelina, nació en el año ‘29 y yo, en el ‘49. En el medio, hay nueve hermanos más: Pablo Jorge, Horacio, Angel, Orlando, Hugo, Ofelia Susana, Juan Carlos, Javier Eduardo y uno que murió al nacer y no pudo ser anotado en la libreta de casamiento. Ellos se casaron en América, partido de Rivadavia. Mi padre era agente de Policía y estuvo destinado en destacamentos de Carlos Tejedor y Sundblad. Tengo muchísimos primos y hasta algunos que no conozco, porque la familia fue muy grande y muchos emigraron de Chivilcoy. Además, a mí me absorbió mucho mi trabajo. Trabajé en una peluquería de prestigio, de mucha categoría, y la mayor parte del día me la pasaba ahí adentro con los hermanos Salvatore. De todos los hermanos quedamos tres: Hugo, Javier y yo”, agrega.

   Asegura Héctor que “las costumbres árabes existieron mientras vivieron mis abuelos. Después se fueron perdiendo, porque la cultura de los árabes es distinta a la de los franceses”, reflexiona.

   “Si hubiera podido estudiar, sería profesor de historia –afirma-. En aquella época no teníamos la posibilidad que existe ahora, de trabajar y estudiar por la noche. Lo he dicho muchas veces: hoy el chico que es carenciado, pero tiene voluntad, puede trabajar y estudiar, porque tiene primario, secundario y universidad nocturnos. Tuve la suerte que mis dos hijas pudieran estudiar: una es profesora de psicopedagogía y otra, profesora de educación física, especializada en cardiología, neurología y traumatología”.

   Héctor Trod está casado con María Eva Giorello. Son sus hijas María Andrea y María Gabriela.

Autor: José Yapor

YPF hace punta en la profundización del modelo

   Tiempo atrás, desde este mismo espacio reflexionábamos sobre el significado de la expresión "profundizar el modelo" (ver nota completa en Opinión). En uno de sus párrafos, el artículo expresaba: 

   "Falta recuperar YPF para los argentinos, para que la petrolera fundada por Hipólito Yrigoyen y Enrique Mosconi vuelva a ser un vector de desarrollo económico y arraigo poblacional en el interior profundo".

   En este sentido, el reciente anuncio de reestatización del 51% del paquete accionario de la petrolera, precedido por las oportunas quitas de áreas concesionadas tomadas por los gobernadores, es una clara señal de profundización del modelo iniciado en mayo de 2003 por Néstor Kirchner y continuado por Cristina Fernández desde diciembre de 2007.

   Un modelo que pone énfasis en la recuperación del aparato productivo nacional, la justa distribución de la riqueza, la revalorización de las actividades científico-tecnológicas, la concreción de grandes obras de infraestructura demoradas por décadas (Yacyreta, Atucha, autopista Rosario-Córdoba, interconexión eléctrica de la Patagonia), la construcción de más de 1.000 escuelas y la apertura de nuevas universidades nacionales. 

   El amplio consenso que la medida tiene en el conjunto de la población, tal como lo demuestran las encuestas, sumado al amplio repaldo que tendrá en las dos cámaras legislativas, abre una nueva etapa, donde deberán conjugarse el criterio empresario, la función social del Estado, la participación de todas las provincias y la vinculación con el sistema científico-tecnológico en pos del desarrollo nacional y el resurgimiento de las comunidades del interior, que vieron su ocaso cuando la petrolera fue privatizada.

   Autor: José Yapor

 

“Malvinas es Sudamérica”

Marcelo Vernet, especialista en el tema Malvinas, destacó la política que el gobierno nacional impulsa para recuperar la soberanía en el Atlántico Sur por la vía diplomática y celebró el acompañamiento expresado por los países de la región, con medidas concretas.

 

   Organizada por Confluencia de Militantes Peronistas, el martes 27 de marzo se realizó una charla sobre Malvinas, donde Marcelo Vernet, investigador especializado en el tema, analizó el escenario planteado a 30 años del inicio de la guerra, a partir de las políticas impulsadas por el gobierno nacional  para recuperar la soberanía en el archipiélago.

   Vernet sostuvo que la cuestión Malvinas debe abordarse desde tres ejes fundamentales: “Malvinas es Patagonia; Malvinas es Atlántico Sur y Malvinas es Sudamérica”.

   En tal sentido, explicó que por cuestiones geopolíticas, pero además por su historia misma, debemos tomar conciencia de que “las Islas pertenecen a nuestra Patagonia. El poblamiento de nuestra Patagonia Austral tuvo como ejes a Punta Arenas, Río Gallegos y Puerto Soledad. Los pobladores de las islas tenían actividades y costumbres similares a las que tenían las familias que habitaban el continente”.

   Sobre el segundo eje, Vernet señaló que “es imposible comprender la importancia de la soberanía en Malvinas si no tenemos en cuenta su ubicación en el Atlántico Sur, con todo lo que ello implica en materia de proyección antártica, pesca, explotación petrolera y presencia militar” en una región cercana a la confluencia con el Océano Pacífico.

   Marcelo Vernet, tataranieto de Luis Vernet –Primer Comandante Militar en Malvinas-, consideró de suma importancia que “todos nuestros mapas tengan la proyección antártica” y explicó que si miramos el territorio nacional de esa manera “llegaremos a la conclusión que la mitad no está en Córdoba, como nos enseñaron, sino en Ushuaia”.

   Con relación al tercer eje, el expositor saludó el acompañamiento de los países de la región al reclamo argentino, no sólo en las Naciones Unidas sino también con medidas de bloqueo comercial y prohibición del tráfico por sus aguas jurisdiccionales para barcos que tengan por destino Malvinas.

   Marcelo Vernet, ex funcionario de las carteras de Seguridad de Nación y Provincia de Buenos Aires, adelantó que en los próximos meses presentará su libro “Malvinas, mi casa”, donde rescata testimonios del diario íntimo de María Sáez de Vernet, esposa del comandante de las islas.

   Asimismo, comentó que, con frecuencia semanal, publica sus análisis en el sitio de la Agencia Periodística de Buenos Aires (Agepeba), en la sección  “Malvinas 30 años, 3 siglos”.

   En el sitio de la agencia de noticias se consigna que “Marcelo Vernet es el director del Instituto de las Islas Malvinas ‘Padre Mario Migone’, creado en noviembre de 2010 con el objetivo de realizar actividades culturales, educativas y comunicacionales que promuevan el debate de los aspectos vinculados con la Cuestión Malvinas. Fruto de este trabajo, en junio de 2011, se inauguró, a instancias del Instituto, y con la presencia y disertación del ex canciller Jorge Taiana, la Cátedra Libre de las Islas Malvinas y el Atlántico Sur de la Universidad Nacional de La Plata, bajo la dirección de la reconocida antropóloga  Rosana Guber”.

“Nos ha quedado la solidaridad de los árabes”

Silvia Beatriz Amar cuenta la historia de sus abuelos libaneses y evoca la llegada de sus padres a Chivilcoy, luego de un largo itinerario por diferentes regiones del país.

 

   Silvia Beatriz Amar pertenece a una familia de inmigrantes libaneses, que arribaron al país a comienzos del siglo pasado. La historia de sus abuelos estuvo signada por un largo peregrinaje que incluyó el sur de Santa Fe y Córdoba, el oeste bonaerense y el Gran Buenos Aires.

   Los cinco hijos del matrimonio conformado por Alejandro y María Amar fueron María Angélica (“Porota”), Nelly (“Pirucha”), Fares (“Pipiolo”), Eduardo Nagib y Leonel Rached.

   Su padre fue el cuarto de los hermanos, Eduardo Nagib, quien se casó con Lady Cipriano. Del matrimonio nacieron Silvia Beatriz, Eduardo Alejandro y Rodolfo Félix. Ocho nietos y un bisnieto hoy completan la descendencia.

   “Nosotros somos nietos de libaneses. Mi abuelo llega a la Argentina en el año 1904. El destino no era Argentina. El destino era Estados Unidos, pero como hay una epidemia de conjuntivitis viral, el barco queda en Brasil. Al quedar en Brasil, no podían seguir hasta Estados Unidos y los derivan hacia Argentina. Seguramente en Estados Unidos habría algún paisano que les habrá pasado el dato que la cosa estaba mejor. Se fueron del Líbano por la miseria”, inicia su relato Silvia.

   Explica que “nuestro verdadero apellido es Ammar y cuando llegan queda con una sola m. Pero el tío de papá, hermano de mi abuelo Alejandro, que vivió en Mendoza, ese sí les hizo colocar las dos m. Ese es el verdadero apellido”, insiste.

   “Mi abuelo llega con su tía, María Amar, y con su prima, Josefa Rached, que era una beba de meses –continúa-. Llegan acá. Habría algún otro paisano que les indicó dónde podían ir, porque tenían que venir directamente a la Argentina, y se van para el lado de General Villegas. Hay un lugar, Jovita –en Córdoba-, donde empezó su actividad mi abuelo, en ramos generales. Se casa con su prima. Esa bebita que venía en el barco crece y mi abuelo se casa con su prima hermana. De esa pareja nacen cinco hijos, de los cuales mi papá era el cuarto. Cuando nace el quinto hijo, Leonel Amar, mi abuela se enferma por una infección posparto y fallece. Queda mi abuelo con sus cinco hijos y, su tía y suegra a la vez, se hace cargo de esos cinco chicos. Ya estaban en Cañada Seca, donde el abuelo sigue con una sucursal de ramos generales que había tenido en Del Campillo, donde nacieron mi papá y mis tíos”.

   Silvia cuenta que su abuelo sufre “una gran depresión por la muerte de su esposa, se va al campo otra vez y se queda un tiempo solo. Los chicos quedan a cargo de mi bisabuela y después mi abuelo regresa a Cañada Seca. Ahí, mi papá y mis tíos fueron criados por la abuela María y después empiezan a emigrar a Buenos Aires. Se vienen a trabajar todos acá. Mi abuelo también se vuelve y, cuando llegaron a Buenos Aires, emprendieron distintas actividades”.

   “Mi papá y mi tío Leonel, los dos varones más chicos, empezaron a vender ropa –apunta-. Tenían un Ford T que habían comprado y empezaron a trabajar toda la zona de Chivilcoy, sur de Santa Fe y sur de Córdoba. Papá tenía gente muy amiga acá. Estuvimos viviendo en Berazategui y, cuando papá decide venirse acá, lo hace porque le gustaba el lugar y le gustaba la gente. A mi mucho no, porque tenía quince años, y mis hermanos –tanto ‘El Turco’ como ‘Drupy’- se adaptaron mejor al ser más chicos. Mi abuelo estuvo un tiempo viviendo acá, en Chivilcoy, con nosotros y visitaba a sus hijas que habían quedado en Berazategui. Nosotros teníamos una casa de venta de ropa allá, donde tengo a toda mi familia. De los cinco hermanos de papá, en Berazategui quedaron dos tías. Mi tío Leonel Amar, que me dio parte de estos datos, vive en Capital”, añade.

   Al hacer referencia a la importancia que su familia le da a las tradiciones, Silvia Amar señala que “a nosotros nos ha quedado la solidaridad de los árabes, las comidas –algunas sigo haciendo- y los rituales en las fiestas, en el baile, que es el dabke, que se baila con todos tomados de las manos, y algunas canciones. Ninguno de los tres hermanos sabemos hablar en árabe. Mi papá, más que hablarlo, lo entendía. Nos quedaron refranes árabes que nos enseñaban mi papá y mis tías. Por ejemplo, ‘em saim metal tim lan el yeta’, que quiere decir ‘más desabrido que higo de lluvia’. Mi papá siempre tenía algún refrán árabe que significaba algo”, evoca con emoción.

Autor: José Yapor

A 36 años del horror, Memoria, Verdad y Justicia.