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La locomotora del oeste

Pueblos de campaña

“En el pueblito seremos seis familias; nada más”

Indacochea perdió el servicio de trenes a fines de los ’70. A la escuela va un solo alumno. El viaje a Chivilcoy se complica cuando llueve. Paola Jover habló de la realidad de este pueblo de campaña que lucha por seguir existiendo.

 

 

   Indacochea es un poblado rural al que se llega por un camino de tierra ancho, luego de avanzar once kilómetros desde Ruta Nacional 5 hacia el sur, a la altura del Aero Club Chivilcoy. Es la zona de la ruta donde está “el curvón”, cerca del puente de la cañada que vierte sus aguas en el Río Salado.

   En tiempos mejores, todos los días llegaban los servicios del Ferrocarril Midland que cubrían el trayecto Puente Alsina - Henderson - Carhue. Si uno ingresa a la página “El ferrocarril en Internet”, del ingeniero Sergio Klimovsky, puede consultar los horarios de aquel ramal de trocha angosta que mantuvo sus servicios hasta fines de los ’70. Todos los días, a las 8:20, partía un tren mixto desde Puente Alsina que arribaba a Indacochea a las 13:35 (martes, jueves, sábados y domingos) o a las 14:30 (lunes, miércoles y viernes). Además, los lunes, miércoles y sábados llegaba cerca de la medianoche una formación de pasajeros, que salía de Puente Alsina a las 19:44.

   Los parroquianos que viajaban a Buenos Aires, abordaban el tren a las 11:13 (martes, jueves, sábados y domingos) o a las 13 (lunes, miércoles y viernes), mientras que en tres días de la semana también tenían la opción de hacerlo por la madrugada: a las 3:19 los lunes, miércoles y viernes.

   De aquella época de esplendor ferroviario, sólo quedaron en pie los edificios de algunas estaciones. Los ramales y puentes fueron levantados hace rato.

   Paola Jover vive junto a su esposo e hijos en la vieja estación, que ellos mismos acondicionaron con mucha paciencia. En una de las salas, convertida en cocina comedor, le contó a La locomotora cómo es la vida diaria para los pocos pobladores que siguen viviendo en Indacochea. El diálogo transcurrió en medio de un encantador fondo musical, aportado por los pájaros que deambulaban por los añosos árboles de los alrededores del edificio.

   “Hace ocho años que estoy acá, en la estación. Este es un pueblo chico, con muy poca gente. En el pueblito seremos seis familias; nada más. Soy la única que está con chicos en el pueblito. En la zona rural, hay gente que también tiene chicos”, relata Paola.

   Comenta que Indacochea se compone por “las casitas, el almacén de Giaccone, la escuela y listo; se termina el pueblo” y asegura que “el tema de la escuela es un problema. La tengo a dos o tres cuadras, pero llevo a los chicos a Achupallas porque no tenemos el Seim. No hay jardín. Sólo hay de 1º a 6º grado y va una sola alumna. La maestra se hace cargo de todo. Cuando la escuela precisa una mano se le da, pero es una lástima que no haya Seim, porque hay dos chicos más para el jardín. No quiero que con esto se ofenda nadie, pero ¿por qué siempre la gente del campo, y más (aún) los chicos, quedan a un costado? Es como que siempre los del pueblo tienen más derechos y no es así”, protesta.

   Diariamente, en época de clases, debe recorrer seis kilómetros para llevar a sus dos hijos a la escuela de Achupallas, localidad del vecino partido de Alberti.

   “Es un sacrificio enorme, pero no puedo dejar que el nene pierda el jardín. Entonces, para hacer un viaje por uno lo hago por los dos y llevo al nene y a la nena. Queda a seis kilómetros, más o menos. Voy todo por tierra, porque me queda más cerca”, explica.

                                               De ayer a hoy

   Aunque “llegó de afuera”, Paola se interesa por la historia de Indacochea e indaga sobre el pasado de este pueblo de campaña. “Siempre le pregunto a la gente grande de acá. Antes había muchísima gente. La escuela, cuando vine hace ocho años, cuando la nena empezó el jardín como oyente, tenía veinticinco alumnos. Después se fueron dos o tres matrimonios, que eran los que más chicos tenían, y la escuela quedó con siete u ocho”, puntualizó.

   “Me encanta el campo y la tranquilidad”, confía, aunque admite que “a veces uno piensa que los chicos están aburridos,  tienen derecho a salir y tienen la ilusión de ir a Chivilcoy; pero hoy en día es imposible”.

   “Todo, de a poco, se va deteriorando”, lamenta y luego afirma que “gente joven no queda en el campo. Son contados”.

   En Indacochea no hay sala de primeros auxilios y sus pobladores deben ir hasta Chivilcoy para realizar cualquier consulta, curación o tratamiento. No es tarea sencilla en una localidad que también perdió “La Confianza”, aquella empresa de colectivos de coches color violeta y letras blancas bordeadas de rojo, que a diario cubría el recorrido Chivilcoy – 25 de Mayo. Si el camino está en buenas condiciones, se puede viajar en auto, pero cuando llueve todo se complica. “Tengo que recurrir a Mirri, que está acá en la esquina, o al campo de mi suegra. O sea que, hasta que mi marido va a buscar el tractor y me saca a la ruta…, depende de la descompostura que uno tenga… Uno piensa en eso también. Por camino real, si está normal, tenés media hora”, grafica Paola, quien cuenta que frente a cualquier problema de salud, recurre “al hospital (de Chivilcoy) o, cuando hay que vacunar a los chicos, a la salita de Achupallas”.

   Paola Jover también habló del estado en el que se encontraba la estación cuando junto con su familia decidió irse a vivir allí. “Esto era desastroso. Estaba todo tapado de yuyos y, en una de las salas que hicimos dormitorio, le faltaban maderas al piso. Pusimos treinta vidrios y había un criadero de murciélagos. No sabíamos qué hacer, si entrar o salir, si quedarnos o irnos. Es una construcción impagable. Faltan cosas, como una mano de pintura más, la pintura de puertas de puertas y ventanas. Lo que pasa es que todo es a fuerza de sacrificio. Costó al principio, pero ahora da gusto”, ilustra Paola.

   Pese a todo, esta joven mamá no pierde las esperanzas y reclama que las autoridades hagan algo para que la gente que queda no decida emigrar. Porque, al fin y al cabo, “es una lástima que se pierdan estos pueblitos”, concluye.

Autor: José Yapor

 

Lácteos Silvia: la fábrica que “le dio vida” a San Sebastián

Se especializa en la elaboración de quesos y muzzarella. Sus dueños planean lanzar una línea propia de dulce de leche. Con 26 operarios, es la principal fuente de trabajo para los lugareños.

 

 

   Lácteos Silvia es la principal fuente de trabajo para la comunidad de San Sebastián. La empresa tiene su planta principal en Luján y se especializa en la fabricación de quesos y muzzarella.

   Lucas Larroque, hijo del propietario, destacó que “esta es la principal fuente de trabajo. Además de gente de acá, también vienen de Chivilcoy y Suipacha. Cada uno se siente parte de la fábrica, están con la camiseta bien puesta para que la fábrica vaya adelante y siempre dándose la mano entre todos para que la empresa siga creciendo”, enfatizó.

   Larroque comentó que la dotación de personal se compone por “unos 26 empleados”, al tiempo que adelantó que “estamos viendo si este año (2010) empezamos a hacer dulce de leche y si podemos agrandar el número de personal, así seguimos creciendo”.

   Recordó que Lácteos Silvia llegó a San Sebastián porque “necesitábamos seguir creciendo” y expresó su orgullo al asegurar que “pudimos darle vida otra vez al pueblo”.

   Consultado sobre la gama de productos que la firma elabora, Lucas indicó que “trabajamos toda la línea de quesos: cremoso, port salut , barra, reggiano, sardo y provolone. También hacemos muzzarella y ricota al vacío y a granel”, especificó.

                                               Maestro quesero

   Julián Zaccardi es un joven nacido y criado en San Sebastián, que pudo regresar a su pueblo a partir de la reactivación de esta industria láctea.

   “Esto le dio vida al pueblo –resaltó Zaccardi-. Hacía años que me había ido y estaba trabajando en otra fábrica de quesos. Esto se había convertido en un pueblo fantasma. Desde hace seis años, con la reapertura de la fábrica, empezó a haber más movimiento y expectativas laborales. Cambia, se reactiva el pueblo. Había cerrado en el ’96. La había comprado un empresario para vaciarla, para venderla por partes y justo apareció Larroque, que compró lo que quedaba. Tuvo que hacer una inversión muy grande, porque se estaba viniendo todo muy abajo”, señaló.

   Al referirse a su formación profesional, Julián Zaccardi explicó que “mi oficio es maestro quesero, desde los 17 años. Tengo 36. Es un oficio lindo, que se está perdiendo. Estamos siendo reemplazados por las máquinas. Las grandes fábricas no trabajan más con mano de obra humana, digamos. Los quesos son hechos por una máquina; se trabaja más con un mecánico que con un quesero. (Así) se pierde el encanto que tenía esa profesión”, lamentó.

   Afirmó que “a nivel fábrica es complicadísimo conseguir leche. No se puede salir a pagar un precio muy de locos, porque después no dan los números. Por la poca leche que hay, se produce una competencia entre las fábricas para ver quién paga más. Un centavito menos es mucho para la producción diaria”, evaluó.

   Luego, Zaccardi contó cómo es la vida diaria para los pobladores de San Sebastián: “La vida es muy tranquila, muy distinta a la ciudad. Uno va al trabajo y trabaja ocho o nueve horas todos los días. Después, se acostumbra a juntarse un rato a la tarde entre amigos. Después se termina el día y son muy escasas las posibilidades. Tenemos el Club Social, que se ha reabierto con un Plan Volver que ha dado la Municipalidad. Se abrió un buffet, donde se puede ir a tomar algo los fines de semana. (También) hay unos barcitos, unos pubs, unos bodegones para ir a tomar algo. Vivir acá es tranquilo. La delincuencia es muy baja y los chicos pueden andar jugando tranquilamente por la calle. Tienen colegio. Se complica cuando tienen que ir al secundario, por el acceso de tierra. Es complicadísimo para cualquier emergencia”, concluyó.

Autor: José Yapor

 

El legado de los vascos tamberos

San Sebastián perdió el tren a fines de los ’70. Años atrás reabrió sus puertas la fábrica de quesos y el pueblo “nació de vuelta”. Dos caras de la realidad de una localidad de campaña que lucha por seguir existiendo.

 

   San Sebastián es una localidad del partido de Chivilcoy, que reconoce sus orígenes en la llegada y arraigo de inmigrantes vascos dedicados a la actividad tambera.

   Ubicado a 40 kilómetros de la ciudad cabecera y a unos 20 de la Ruta Nacional 5 –bajando por un camino de tierra desde las proximidades del acceso a Gorostiaga-, hoy el pueblo tiene como principal fuente de trabajo a una fábrica de quesos que concentra la producción lechera de la zona.

   Bien temprano, una mañana de enero de 2010, con la compañía del historiador chivilcoyano Juan Larrea, La locomotora dialogó con un grupo de parroquianos congregados en la carnicería de Néstor Capelletti.

   Walter Iriarte recordó que llegó a San Sebastián, procedente de Ramón Biaus, “en el 40 y pico” cuando “tenía cinco años”.

   “Mi papá tenía un ómnibus viejo. Viajaba de San Sebastián a Chivilcoy, de lunes a viernes”, apuntó.

   Señalando el sur, indicó que “estaba allá la fábrica de (Francisco) Huber” y, marcando el norte, “allá la Unión Tamberos. Yo trabajaba en tambos y entregábamos la leche en lo de Huber”, comentó.

   Néstor, del otro lado del mostrador, manifestó haber escuchado “un comentario que pasaron por la televisión sobre la historia de los quesos, que había empezado con la fábrica acá”, en referencia al establecimiento fundado por el inmigrante alemán.

   Carlos Giorello, nacido y criado en San Sebastián, relató que don Huber “empezó en un rancho; en un ranchito, con el suero criaba los chanchos. Después se fue a Alemania, vuelve otra vez, habrá traído más plata y ahí empezó con la fábrica. Con los tamberos hacía un trato. El que podía estar mejor económicamente, por ahí le dejaba un mes adentro y entonces él iba evolucionando. Dicen que es así como empezó él”, agregó.

   “Es la fábrica vieja que está ahí, donde ahora está la chanchería”, amplió; es decir, en el camino que lleva a La Rica, que corre paralelo a la desaparecida traza del Ferrocarril Midland.   

                                             La fábrica de quesos

   La otra fábrica, que reabrió sus puertas luego de algunos años de inactividad, fue adquirida por la empresa lujanense Lácteos Silvia y tiene su propia historia: “Primero fue Unión Tamberos San Sebastián. Nació como cooperativa y luego fue una sociedad anónima. Llegaron a entrar a la fábrica 150 tambos. La fábrica trabajaba y había mucho movimiento. Después se vende a Gesagro y Gesagro va a quiebra”, precisó Giorello.

   “Primeramente se vendía la leche a La Serenísima. Nace como una enfriadora. Al último los quesos salían con marca propia. En Chivilcoy había un local de venta en la calle Frías”, continuó.

   Néstor Capelletti afirmó que, con la reapertura de la fábrica, San Sebastián “nació de vuelta” y señaló que “habíamos quedado muy pocos y no había nada, nada de laburo”.

                                               Trocha angosta

   En el improvisado diálogo, la historia del tren de trocha angosta ocupó un lugar destacado. Cada vecino aportó su testimonio sobre el desaparecido servicio de transporte, que vinculaba al poblado rural con Capital Federal y el oeste bonaerense.

   “Llegaba el (tren) lechero, que venía a buscar la leche a la fábrica”, contó Walter Iriarte, quien recordó que allí “había cambio de personal en ese tiempo. Habría 20 o 30 ferroviarios, porque acá cambiaban el personal. Muchos eran de afuera. Los maquinistas y los guardas bajaban acá, cambiaban y seguían los otros. Cuando andaba el ferrocarril fue cuando más fuerte estuvo San Sebastián”, destacó Iriarte.

   Carlos Giorello recordó que el tren lechero “venía con un vagón de pasajeros. Cuando se iba, venía el otro que era mixto, llevaba la leche de vuelta y tenía dos vagones. Había un diesel, que pasaba todos los días e iba a Carhue. Si queríamos ir a Buenos Aires, teníamos esos dos trenes mixtos y aparte el diesel. Había tres trenes por día. En el ’79 se levantó. La decadencia más grande empieza cuando levantan el ferrocarril”, subrayó.

                                               Los tiempos cambian

   En aquellos buenos años, “había más gente en el campo. Había cancha de paleta, banco, de todo. Había mucha gente y ahora en el campo no quedó nadie, porque es todo siembra. Antes era una zona de muchos tambos y el tambo trae más gente, más familias. Una persona que tenía 50 o 60 hectáreas, capaz que tenía su tambero. O sea que eran dos familias y eso sumaba también”, analizó Giorello.

   Cuando preguntamos cuántos habitantes tiene San Sebastián en la actualidad, Capelletti estimó que “en el casco habrá 150 o 200 pobladores” y, con referencia a los problemas de accesibilidad, dijo que “esto es muy lindo cuando el camino está seco, pero cuando agarramos épocas de lluvia, se complica”.

   Este pueblo de tamberos cuenta entre sus instituciones a la Delegación Municipal, la Escuela Nº 47 “Francisco Elosegui”, el reabierto Club Social y el dispensario, donde trabaja una enfermera y un médico concurre una vez por semana.

   En relación con el origen del nombre que identifica a la localidad de campaña, en la conversación aparecieron dos versiones diferentes: “Isidora Ca, que donó los terrenos, tenía un hijo que murió joven y se llamaba Sebastián”, refirió Giorello. Juan Larrea, por su parte, dijo haber escuchado otra historia: “Como había muchos vascos, fue en memoria de la ciudad vasca de San Sebastián”.

   Meses antes de nuestra visita, la comunidad celebró el centenario. El 15 de junio de 1909, procedente de la estación Puente Alsina, arribó por primera vez una formación compuesta por una locomotora y cinco vagones.

   Se había preparado para la ocasión de los cien años una gran fiesta popular, pero las inclemencias del tiempo impidieron su realización. “Para la fiesta del pueblo se mataron tres vaquillonas, pero se tuvo que suspender porque llovió justo el sábado a la noche”, finalizó el veterano Iriarte.

Autor: José Yapor

 

 

 

 

Gorostiaga: un pueblo que sobrevive, pese al éxodo constante

 José Antonio Pernigotti, autor de un libro sobre la historia lugareña, opinó que “Gorostiaga no es una isla y sufrió las consecuencias de la desaparición del ferrocarril”

 

   Gorostiaga es una localidad del partido de Chivilcoy, ubicada sobre la Ruta Nacional Nº 5, a la altura del kilómetro 140. Desde su antigua estación, los pobladores pueden abordar diariamente los servicios de la estatal Ferrobaires, ya sea con destino a Buenos Aires como a ciudades del oeste bonaerense.    

   Su cercanía a la ruta y el mantenimiento del servicio ferroviario, aunque con menores frecuencias que en décadas anteriores, le han permitido zafar de la situación de aislamiento que padecen centenares de poblados del interior del país.

   José Antonio Pernigotti, autor de un libro sobre la historia lugareña –que entre otros temas aborda la historia familiar de los Gorostiaga-, le contó a La locomotora cómo fue cambiando la vida de los vecinos con el paso de los años.

   “Gorostiaga, como tantos otros pueblos, nació a la vera del ferrocarril. En su momento tuvo su importancia porque el tráfico ferroviario era otro; no existía la Ruta 5 y todo se autoabastecía por el ferrocarril. Lamentablemente, por el proceso que ha vivido el país en treinta o cuarenta años para acá, Gorostiaga no es una isla y sufrió las consecuencias de la desaparición del ferrocarril, que hoy prácticamente no existe o es una lastimosa muestra de lo que era. Si bien la ubicación lo salvó de desaparecer, en los últimos años muchísimos vecinos se han ido a Chivilcoy, por el estudio de los hijos, comodidad o trabajo”, relata Pernigotti.

   Entiende que “desde Chivilcoy se practica cierto centralismo. A veces acusamos a la capital con respecto al interior y creo que es lo mismo”. Mucha gente me comenta –y yo siento lo mismo- cómo ha ido creciendo Chivilcoy, que está muy linda, pero también pensemos que Chivilcoy es partido, no ciudad de Chivilcoy. El centralismo es tan marcado que uno escucha los discursos políticos y vos fijate que nadie habla del partido de Chivilcoy, sino de la ciudad de Chivilcoy. Periodistas, políticos… está tan arraigado el centralismo que es así. Sin embargo, es un partido que tiene localidades. O tenía… no sé cómo llamarlo ahora”, analiza.

   Al abordar la cuestión de la relación que debe existir entre la Nación, las provincias y los municipios, nuestro entrevistado sostiene que “el país está armado para que sea en escalas. Un municipio solo no puede hacer maravillas. Si bien tendría que reclamar todo esto que estamos hablando que falta. Pero tiene que haber una interrelación; por lo menos, a nivel provincial y municipal. Eso sería una especie de razón de Estado que, obviamente, no existe porque si no los resultados serían otros. Uno lo que ha visto en los últimos años son políticas que tienden a hacer desaparecer a los pueblos. No me pueden convencer de lo contrario porque a las pruebas las tenemos a la vista. Han desaparecido pueblos, en vez de arraigar a los pobladores, y se crean los medios como para que la gente se dispare”, denuncia.

                                                       Despoblamiento

   Pernigotti rescata las investigaciones desarrolladas por la Fundación Responde, que dan cuenta de la existencia de más de 600 poblados en vías de extinción en todo el país.  “Por lo que he visto en el país, creo que se quedan cortos –advierte-. Me da la impresión de que son muchas más. Buenos Aires es muy particular. En Santa Fe la Constitución Provincial permite que los parajes tengan presidentes de comunas, que se ocupan de los problemas de los pueblos así tengan veinte habitantes. Acá tenemos pueblos de trescientos o cuatrocientos habitantes, que a mi criterio están librados a su suerte. No es el hecho solamente de llevar cosas materiales. Me da la impresión que se está alumbrando un cementerio: tiene buena luz pero no tiene habitantes”, ilustra.

   Estima que en otros tiempos “entre el pueblo y el campo, donde vivía mucha gente”, Gorostiaga “puede haber llegado a tener cerca de mil habitantes y hoy se habla de trescientos y algo. Así como la ruta trae, también lleva y ha llevado mucha gente. En las condiciones actuales, donde en el futuro creo que va a pasar el Acceso Oeste, una localidad como Gorostiaga está condenada a terminar siendo un country, con gente que compre para quintas de fin de semana. Porque con las condiciones que tiene actualmente, habitantes no se arraigan. Al contrario”, asegura.

   Cuando le preguntamos cuáles son las principales fuentes de trabajo, comenta que “en este momento hay una metalúrgica, talleres de confección de ropa, algunas pymes familiares, changas y trabajo en el campo. Pero no hay cosas que arraiguen a la juventud, sobre todo en la parte educativa. No todo el mundo puede mandarlos todos los días a Chivilcoy para que vayan al secundario. Entonces, eso termina provocando que las familias busquen arraigarse en Chivilcoy”, puntualiza.

   A pocas cuadras de la estación, junto al paso a nivel, funcionó durante muchos años una usina láctea. José recuerda que “la usina tenía vías que entraban a la fábrica, donde entraban los vagones que llevaban la leche. Era de La Serenísima. Creo que había más o menos veinte personas y los ferroviarios eran otros tantos. Había cuadrillas del ferrocarril y empleados en la estación. O sea que ahí había cuarenta o cincuenta sueldos que desaparecieron”.

                                                    Patrimonio histórico

   Pese a que el servicio de trenes se mantuvo, el edificio de la estación está en desuso y no se le ha dado un destino específico. “El proyecto completo era armar un centro cultural para tratar de atesorar la rica historia que tiene Gorostiaga y dejarlo en condiciones –señala Pernigotti-. El proyecto se empezó, pero ahora quedó parado. El edificio tiene una parte de mantenimiento buena. Se insistió porque debe ser el edificio más antiguo del partido de Chivilcoy, porque dentro del edificio actual –que fue reformado en 1910- está la estación original, que es de 1866. Fue inaugurado junto con el edificio de la estación Chivilcoy Norte. Al desaparecer Chivilcoy Norte, no sé si en Chivilcoy habrá algún edificio de 1866. Posiblemente los que están frente a la terminal de colectivos”, agrega.

   Sobre la conservación del edificio y de la cabina de señales que se encuentra a metros del andén principal, José Pernigotti cuenta que “hace un año y pico, más o menos, tiré una idea en Chivilcoy para conservar el edificio y que sea declarado de interés histórico municipal. En manos de la concejal Fernanda Pommarés (Unión Chivilcoyana), excedió un poco mis expectativas porque se pidió que fuera declarado patrimonio histórico nacional. El 10 de septiembre, que es la fecha del pueblo, funcionó el Concejo Deliberante en Gorostiaga y, en esa sesión, fue aprobado este proyecto. Habría que averiguar cómo va el trámite, porque la idea era avanzar a través del municipio para lograr este objetivo. Porque, aparte, pertenece a una época fundacional, cuando el ferrocarril avanzaba hacia Chivilcoy”, resaltó.

                                               Ramal Gorostiaga-Anderson

   Otro ícono de la historia ferroviaria de Gorostiaga lo constituye el ramal agrario que, partiendo de esa localidad, se extiende hasta Anderson, en el deslinde de los partidos de 25 de Mayo y Alberti. El principal paso a nivel está ubicado en la propia Ruta 5, a unos mil quinientos metros del acceso a Gorostiaga, en dirección a Chivilcoy. Los servicios de pasajeros corrieron hasta los ’70, mientras que los últimos cargueros anduvieron por allí hasta los primeros años de la década del ’90.

   “Imaginémonos en 1910, cuando los medios técnicos no eran los de ahora, y se decidió abrir ese ramal –retoma Pernigotti-. La idea era extenderse hacia el sur, precisamente hacia Bahía Blanca. Si uno mira el mapa, se va a dar cuenta de que falta un pequeño trayecto desde donde termina el ramal hasta 25 de Mayo. Si se conseguía unir a 25 de Mayo, se llegaba al puerto de Bahía Blanca con carga, hacienda y con lo que sea. Hoy, realmente es un ramal en el olvido. Hace casi treinta años, desde la sociedad de fomento de Gorostiaga, fuimos a hablar con el gerente del Ferrocarril Sarmiento porque se estaban levantando algunos ramales. Nuestra preocupación fue por ese ramal y pedimos que no se levantara. No está en uso, pero no se levantó tampoco. Deben estar en muy mal estado las vías. Inclusive alguna vez surgió una idea del Ferro Club Chivilcoy de inaugurar, aunque sea hasta La Rica, una especie de ramal turístico, pero debe ser muy elevado el costo, por lo cual la idea no prosperó”, recordó.

   José Antonio Pernigotti lamenta que en Chivilcoy no haya trascendido el rol que tuvieron los Gorostiaga –descendientes de vascos asentados en la provincia de Santiago del Estero- en la fundación de la ciudad. “No me explico por qué Chivilcoy no tiene detalles de ese tipo, cuando uno de los Gorostiaga –creo que fue Patricio- mandó la primera nota para que se fundara el pueblo. Sin embargo, en el Monumento a los Fundadores no se lo menciona. Creo que fueron movidas políticas que hubo en toda época, pero sería un resumen de lo que le pasa a nuestro país: las movidas políticas impiden hacer lo principal, que es hacer un país realmente. Por eso, creo que no lo tenemos todavía”, concluye resignado.

Autor: José Yapor

“Había 150 personas entre el pueblito y los alrededores”

Pedro Acciarresi protagonizó los buenos momentos de Henry Bell y también su decadencia, que hoy considera irreversible

 

   El paso a nivel. Los restos de lo que alguna vez fue la señal. Las vías ocultas entre pastos altos y cardos. La estructura del enorme cartel de madera, con algunas letras que sobreviven al paso del tiempo. Más allá, el edificio de la vieja estación, hoy arrendado a un parroquiano que lo mantiene en buen estado. Del otro lado, un galpón de chapa donde alguna vez se guardó el cereal. Quinientos metros más allá, el otro paso a nivel, con la estructura oxidada de la otra señal y lo que quedó del viejo embarcadero de ganado. Alrededor, casas abandonadas que casi nunca ven el sol y el antiguo almacén del pueblo convertido en leyenda.

   A Henry Bell se llega bajando por el camino de tierra que sale de Ruta 5, a la altura del Frigorífico y Matadero Chivilcoy. Hasta la década del ’70 hubo servicios regulares de pasajeros a Once. Era una de las estaciones intermedias del ramal agrario Gorostiaga-Anderson del Ferrocarril Sarmiento. Los últimos cargueros corrieron en los primeros años de la década del ’90, donde el sistema ferroviario sufrió el tiro de gracia de las políticas de ajuste del neoliberalismo. Los años de la tan mentada frase “ramal que para, ramal que cierra”.

   Pedro Acciarresi recibió a La locomotora en la propia estación, cuando el sol de mediodía de un enero cálido y seco hacía sentir todo su peso. La espesa arboleda del patio que alguna vez fue entrada, sirvió como cobijo para que dos personas conversaran amigablemente sobre la historia y el presente de este pueblo bonaerense en vías de extinción.

   “Había 150 personas entre el pueblito y los alrededores. El tren pasaba dos veces por semana. Traía la correspondencia y el pan de La Rica. Se juntaba un montón de gente en la estación, porque era como una distracción. Había dos almacenes y venía el carnicero de Biaus dos o tres veces por semana. En la escuela (Nº 38) éramos 30 o 40 chicos; muchísimos éramos. Hoy la realidad es que no quedó nadie”, relata Acciarresi.

   “En el año ’88 trasladaron la escuela acá, a la estación, porque estaba muy deteriorada –recuerda-. Funcionó hasta el ’91 o ’92, cuando la cerraron porque no hubo más chicos. En los alrededores quedan un matrimonio grande, una persona también grande –el señor Girotti- y la familia Arregui, que está prácticamente pegadita al pueblo. Después, cerca, no queda nadie más. A 3.000 metros está Giorgi, gente de toda la vida, que sigue viviendo en el campo. Entre el pueblito y los alrededores quedarán 5 o 6 personas”, precisa el entrevistado.

                                                       Los trenes

   Al referirse al servicio ferroviario, Pedro apunta que “hubo trenes hasta cerca del ’70. No sé si el tren llegó al año ’70. Después, cada tanto, (pasaba) algún carguero que acarreaba el cereal de Ugarte y algo que entraba acá, a los galpones. El último carguero corrió allá por el ’93 o ’94 y descarriló cerca de la estación, porque las vías estaban muy deterioradas. De ahí no pasó nunca más”, lamenta.

   En los tiempos en que corría el tren, “la gente mataba dos pájaros de un tiro. En ese momento que llegaba el tren, venía a la estación, se reunía y charlaba; se llevaba el pan que llegaba fresco de la panadería que Reynaldi tenía en La Rica; pasaba por el correo, recogía la correspondencia y hacía las compras que tenía que hacer. Hacía todo de una sola vez. Ah, y venía el diariero que vendía las revistas y los diarios”, acota.

   Cuenta que cuando “el tren dejó de pasar, la gente se empezó a ir, porque el joven no quedaba en el campo. Al no quedar el joven el viejo se tenía que ir por razones de salud, y así fue decayendo todo”.

   Comenta que las casas ubicadas en los alrededores de la estación “tienen dueños, pero nadie viene a visitarlas. Está todo abandonado. Estoy yo, que mantengo un poco limpio, tengo algunos animales y corto los yuyos. Nada más”.

                                                  Camino de la producción

   Acciarresi, nacido y criado en Henry Bell, opina que el camino de la producción, en caso de concretarse, “sería beneficioso, obviamente”, pero enseguida aclara que “no tanto para este pueblito, porque así pase –cosa que dudo, porque prometer se promete pero hacer se hace poco- no creo que este pueblito vuelva a resurgir. En el caso de Ramón Biaus sí se mantendría, porque hay una fábrica funcionando, hay más gente e inclusive viene gente de Buenos Aires que compra casas para los fines de semana. Esto no, porque quedan 2 o 3 casas y están muy deterioradas”, compara.

   En los buenos tiempos, los vecinos se aprovisionaban en “el almacén de ramos generales de los hermanos Díaz. También había un bar, donde había juego de billar, se jugaba a las cartas y se juntaba bastante gente. Cuando Ongañía hizo el desalojo en las chacras, un chacarero –de apellido Brenta- compró una casa e instaló un bar. Después lo siguió Denezio durante varios años. Inclusive daban de comer y había mucho movimiento. Después, como todo, fue a menos hasta que se terminó. Díaz se fue a Chivilcoy. Vendía combustible, nafta, ropa, de todo”, describe.

   Cuando le preguntamos cómo vivió ese proceso de agonía lenta del pueblo, Pedro Acciarresi respondió resignado: “En el caso mío, que vengo todos los días y vivo prácticamente acá, estoy acostumbrado. Pero en los primeros momentos se sentía un vacío, al recordar la época en que éramos tantos. Tantos compañeros… Uno nació y se crió acá. No fue fácil, pero ahora uno está acostumbrado y asume esta realidad que no haya nadie viviendo”, concluye.

Autor: José Yapor

La Rica: el pueblo que tuvo dos ferrocarriles

Ismael Figueroa (“Yima”) recordó la época en que había 1.300 pobladores y dos estaciones: la del Midland (trocha angosta) y la del Oeste

    Ismael Figueroa, vecino de La Rica, recordó la época en que por la localidad del Partido de Chivilcoy “pasaban dos ferrocarriles: el Sarmiento y el Midland, que después fue el Belgrano” y relató que “con el Midland, junto con algunos muchachos, llegábamos a Puente Alsina, tomábamos el tranvía 9 y nos íbamos a la cancha de Boca. A la vuelta, salíamos a las 8 o tal vez un poco antes de Puente Alsina y llegábamos acá, a La Rica, a las 11 de la noche. Tres horas tardaba el tren y paraba en todas las estaciones. También estaba el lechero o ‘tren verde’, como le decíamos. Llegaba a la 1 de la tarde a La Rica y llevaba pasajeros, pero también levantaba la leche y toda la mercadería que había”, agregó.

   “Yima”, como lo llaman los parroquianos, precisó que “había dos trenes para ir a Puente Alsina. Día por medio venía un diésel que llevaba encomiendas a Buenos Aires. Había dos lechoneros, que carneaban muchos lechones. El tren pasaba a las doce de la noche y ahí mandaban los lechones. Ahora no hay nadie y antes era una romería. Por eso, dijo el poeta (Domingo) Behro que estaban las chicas paseando por el andén. Ahora no pasa nada”, comparó.

   La Rica está ubicada sobre la Ruta Provincial Nº 30, a mitad de camino entre Chivilcoy y Moquehua. Es una zona agrícola ganadera, donde –afirman los que conocen- están los mejores campos del partido. Al pueblo se accede por un callejón con mejorado de piedra, de un kilómetro de extensión. Sobre la calle principal y sus adyacencias están las casas, algunos comercios, la escuela, el dispensario, el club, la capilla y la placita de frondosa arboleda, donde cada tarde los niños se dan cita para jugar.

   De la estación del Midland sólo quedan algunos vestigios, mientras la del Sarmiento (ex Oeste) está tal como era y bien mantenida por sus actuales inquilinos. A pocos metros, sobrevive el monte de eucaliptus, justo en la curva del camino que va para San Sebastián.

   Testigo de un esplendor ferroviario perdido por las malas políticas, a unos dos mil  metros del casco del pueblo está entera la estructura del puente del Midland sobre las vías de trocha ancha del Sarmiento.

   Y ahí cerquita nomás, la llamada Estancia de López, convertida desde hace varios años en atractivo turístico.

   En una de esas mañanitas soñadas de verano, bien temprano y mate en mano, “Yima” y su esposa recibieron en su casa a La locomotora, días después del inicio del primer ciclo radial.

¿Cómo era el servicio del Ferrocarril Oeste?

   El Oeste venía a las 11 de la mañana y regresaba a la tarde hasta Once. Teníamos dos trenes para viajar y ahora no hay ninguno. Tenemos que ir hasta Chivilcoy y en Chivilcoy hay un solo tren. Parece que estuviéramos más atrasados ahora, porque antes había de todo.

   En Gorostiaga, el tren que venía de Chivilcoy enganchaba el coche y de ahí seguía hasta Once. Muy buen transporte. Para el 8 de diciembre, o a veces antes, venía desde Anderson un tren peregrino y nos íbamos a Luján. A las cuatro de la tarde volvía de Luján. Todos los creyentes íbamos a visitar a la Virgen de Luján. Algunos iban de joda también, porque era muy lindo pasear en tren.

¿Y los servicios de carga?

   Acá se cargaba mucha hacienda. Traían la hacienda caminando de muchas estancias y la cargaban en el tren especial. Todavía está el embarcadero, pero no pasa más nada.

¿Recuerda cuándo se levantaron los servicios?

   El ferrocarril se levantó cuando estaban los militares. En el Midland levantaron las vías y el Sarmiento no pasó más. También se llevaron la estación. Decían que era para una escuela, pero parece que estaba en Uribelarrea. Tengo un sobrino que vio cómo la habían tirado. No sé qué pasó con esa estación que arrancaron de acá. A la del Oeste no la pudieron sacar. Había tres galpones y a uno lo levantaron, pero no sé a dónde. En la estación hay gente que alquila. Está bien pintada y conservamos el monte. Lo vinieron a cortar, presentaron unos papeles que eran falsos, pero como nos opusimos unos cuantos parroquianos no lo pudieron cortar. En cambio en Henry Bell, como nadie se opuso, lo cortaron. Los terrenos del Midland quedaron para la Intendencia. Creo que van a hacer unas casitas y se hicieron unas callecitas.

¿Cómo está La Rica?

   Hay una comisión de Amigos por La Rica, donde están mi señora y mi hijo. Hacemos fiestas y choripanes a beneficio del pueblito. El delegado, Raúl Bolger, anda muy bien y el pueblito está limpio. Antes teníamos un regador y teníamos que regar sin que nadie nos pague, ad honorem. Ahora sí, hay cuatro empleados.

¿Cuántos pobladores hubo y cuántos quedaron?

   Llegaron a vivir cerca de 1.000 personas y ahora hay más o menos 130. Hay muchas casas desocupadas. Viene mucha gente de afuera a comprar pero no viven; solamente vienen los fines de semana. Han venido muchos de la Capital. Nosotros estamos acostumbrados a saludarlos con un ‘buenos días’ y se quedan admirados de cómo aquí mantenemos las buenas costumbres. Nos llevamos muy bien. No tengo enemigos.

¿Siempre estuvo en el pueblo?

   Yo nací aquí, en esta casa. Nunca me mudé. Nací un 30 de septiembre de 1932; así que este año cumplo 77”. Me crié en una fábrica de quesos que había acá. Después se cerró porque decían que no les convenía y me largué a pintar. Antes había mucho trabajo; la gente cargaba bolsas de trigo y maíz.

¿Cómo se componía su familia?

   Eramos nueve hermanos, cuatro varones y cinco mujeres. Murieron tres varones y una mujer. Yo soy el anteúltimo. Tengo una hermana en (Ramón) Biaus que es la menor y tenía catorce días cuando falleció mi papá. Yo iba a cumplir cuatro años. Era una vida dura. Mi vieja quedó sola con los cuatro más chicos y los cinco más grandes. Fui a la escuela pero no pude terminar, porque antes acá había hasta cuarto grado. Después pusieron 5º y 6º. La escuela es la número 57 y también tenemos el jardincito 910. Nosotros tenemos la llave del jardín por si alguna maestra se la olvida. También tenemos las llaves de la capilla y el dispensario. Somos muy católicos y no le hacemos el mal a nadie. Fuimos y somos muy amigos del padre Camilo Latapie. Cuando podía, venía a comer algún asadito. Venía a mi casa todos los domingos, porque hacía misa un domingo en San Sebastián y el otro en La Rica.

Autor: José Yapor

“Biaus no es ni la sombra de lo que fue”

Rodolfo Gosto recordó la época de esplendor, cuando corría el trocha angosta y la producción de alimentos era el motor de la economía de esta localidad de campaña

 

En la vida de Rodolfo Gosto, Moquehua, Ramón Biaus y Chivilcoy –en ese orden- conforman una tríada. Es que el hombre nació en la primera de estas localidades, llegó a la segunda a los veintitantos y, desde hace muchos años, reside junto a su familia en la ciudad cabecera del partido.

Gosto es un reconocido artista, que elabora réplicas de carruajes en pequeñas dimensiones. En una mañana de enero de 2009, en momentos en que una de las peores sequías de la historia afectaba la región pampeana, recibió a La locomotora en la quinta donde vivió junto a sus padres y hermanos.

En diálogo con el programa que se emite por Radio Local (FM 103.7) en los meses de verano, el entrevistado contó cómo era la vida antes, cómo es ahora y qué significó para los vecinos la clausura de los servicios ferroviarios que llegaban diariamente.

¿Cómo es la vida en Ramón Biaus?

Mi infancia no la viví en Biaus. Nací y me crié en Moquehua. Mi familia vino acá en el año ’59. Yo nací en el ’33; así que sacá la cuenta, tenía veinte y pico de años. Desde ahí sí, sigo vinculado. Biaus no es ni la sombra de lo que fue. En una época tenía una densidad de población mucho mayor a la que tiene ahora. Ahora son muy pocas familias, pero son buenas y eso es lo importante. Acá hay gente de laburo, remacanuda. Lástima que está aislado de Chivilcoy, que no podamos conseguir aunque sea un camino de asfalto. Las poblaciones del interior sin asfalto mueren. Fijate que si querés combustible no lo tenés. Había en una época, pero ahora cada uno se trae el combustible de otro lado. Tiene una forma de vida muy particular. La gente trabaja en la municipalidad, en la cerámica o en el campo. No hay otra forma de vida. Mi madre sabía decir que, aparte de haber más gente, había más fuentes de trabajo también. Hoy, como en todos lados, la cosa ha golpeado.

¿Cómo era antes?

Llegando aquí a casa, en una esquina del campo donde mi abuelo se afincó en el año ’20 y algo, había un señor que tenía 40 mil plantas de frutillas. Había muchos frutilleros y se criaban pavos, gallinas, lechones. Teníamos un tren que pasaba para Buenos Aires a las 12 y pico del día y volvía tipo dos de la tarde y en cada una de las estaciones iba levantando el pollo, el lechón, la gallina, la frutilla. La gente vivía con otro tipo de recursos. Hoy, por distintos tipos de razones, todas esas cosas desaparecieron. Alguna gente que lo tendrá para su consumo, pero no es como antes, porque inclusive no conviene. Además, está la otra: de la gente que está en el campo, ¿quién tiene tiempo para dedicarle a la quinta cuando tiene que ir al banco, porque se le vence el inmobiliario o la jubilación o tiene que ir a hablar con el contador? La vida se complicó muchísimo. No es la vida de antes. Antes la gente vivía con la mente fresca, en el buen sentido de la palabra. Hoy lo que menos tiene la mente fresca. El trabajo de antes era cansador y agotador, pero el cansancio era físico. Hoy la gente vive cansada mentalmente y el cansancio mental pienso que es el que más destruye. Vive corriendo de un lado para el otro y es muy complicado.

¿Qué pasaba en estos pueblos cuando llegaba el tren?

En Moquehua hice hasta cuarto grado en una escuela rural y después tenía que ir desde donde yo vivía a diez kilómetros, todos los días a caballo, para hacer el quinto y sexto en forma particular de aquella época. Con un amigo de Moquehua (Di Como) nos íbamos a esperar el tren para tomar un helado, porque no había helados. Entonces, mientras cargaban el pollo y la gallina y hacían todo ese operativo, el heladero aprovechaba y vendía desde la ventanilla. La gente iba y era un acontecimiento la llegada del tren.

¿Recuerda cuándo se interrumpieron los servicios?

El tren desapareció como mínimo hace veinte años. Los tramos de vías están. La estación ha sido reciclada para la Delegación y otro sector para la fábrica de dulces y panadería, pero no existen más los galpones ni los bretes por donde se cargaba la hacienda. Los galpones, nunca se supo quién se los llevó. Los desarmaron, se cortó toda la plantación de eucaliptus que había y desaparecieron. Desde la salida de la estación, de lo que era el campo de la estación, están las vías tal cual estaban antes, ahora abandonadas por cierto, ¿no? Y creo que jamás se irán a poner el funcionamiento. Era el ramal que iba a Patricios. Primero fue el Ferrocarril Compañía General Buenos Aires y, después de la nacionalización, el Belgrano.

Calculo que si se lo reacondicionaba, el ferrocarril hubiera seguido siendo el transporte más barato. No te olvides que una máquina ¿cuántos vagones arrastra?, ¿cuántas toneladas de cereales lleva? ¿Todas las plantas de silos dónde están, como antes los galpones?: en las estaciones. Para llevar a puerto, transporte más barato que el tren no habría. Un servicio de pasajeros desde Chivilcoy (a Once), ¿hace falta o no? Hoy tenemos medio tren, porque sabemos el horario en el que tiene que salir pero nunca el horario en el que va a llegar. Y es un transporte que podría ser muy barato.

Los pueblos empezaron a nacer cuando llegó el ferrocarril. Moquehuá cumple 100 años ahora en marzo (de 2009) y a los poquitos días cumple cien años Biaus. ¿Con qué?: con la llegada del ferrocarril. Y así fueron avanzando hacia el oeste.

A pesar de todos los inconvenientes que hoy enfrentan los pueblos rurales, se ve que aquí la vida sigue siendo apacible…

Una vez le escuché decir a alguien: ‘Aquí el tiempo se ha detenido y el silencio duerme la siesta’. Primero lo tomé como en broma pero después lo entré a analizar y creo que es así. A la tardecita ves las luces de las casas prendidas, hay silencio absoluto y no escuchás más que a los pajaritos. Y hay una gran ventaja: es un pueblo donde se puede vivir tranquilo. La delincuencia y todo eso acá no llegó.

Autor: José Yapor

“La estación se llenaba cuando llegaban los trenes”

Alberto Andreozzi recuerda cómo era la vida en Ramón Biaus cuando corría el Belgrano y “había mucho trabajo en el campo”

 

La localidad de Ramón Biaus está ubicada a algo más de veinte kilómetros de la Ruta Nacional Nº 5 y se llega a ella bajando  por el camino que sale del Frigorífico y Matadero Chivilcoy.

Al llegar, lo que primero que se ve es la cerámica, la principal fuente de trabajo para los lugareños.

Hasta fines de los años ’70 corrieron los trenes del Ferrocarril Belgrano, aquellos que cubrían el trayecto entre Estación Buenos Aires y Patricios, en el partido de Nueve de Julio. Los más memoriosos recuerdan que aquel ramal, previo a la nacionalización de 1947, perteneció a la Compañía General Buenos Aires, de capitales franceses.

Desde que se interrumpieron los servicios de pasajeros, sólo hubo corridas eventuales de cargueros y algún intento fallido de reactivación allá por 1993, de efímera duración.

En la estación funciona la Delegación Municipal y todo su entorno luce muy bien cuidado. A unos doscientos metros, el galpón ubicado junto a uno de los pasos a nivel, fue reciclado y convertido en panadería.

El pueblo tiene casas en ambas márgenes de las vías. Frente a la plaza está la capilla, donde los domingos celebra misa el cura que viene de la vecina Moquehua. Cerca de allí están la escuela, el jardín y el Club Banfield, que alguna vez, en los ’70 y tantos, militó primero en ascenso y luego en la división mayor del futbol chivilcoyano. Los que domingo a domingo frecuentaban los tablones del desaparecido Estadio Federación recordarán las endiabladas gambetas de “Balá” Mendoza, un 10 de aquellos de buen pie, tanto como la sutileza de aquel menudo zaguero de apellido Benítez.

Del otro lado de la vía, está el dispensario y a pocas cuadras de allí vive Alberto Andreozzi, uno de los más veteranos vecinos. Uno de esos hombres que atesora en su memoria anécdotas, costumbres y hechos de un pasado tan distante en el tiempo y en el espacio como el esplendor perdido por los poblados de campaña

¿Cómo era la vida antes en Ramón Biaus?

Antes en el pueblito había mucha gente, porque había mucho trabajo en el campo. Estaba la junta de maíz y la cosecha de trigo. Los chacareros estaban muy cerquita unos de otros y con poquita tierra se arreglaban. No es como ahora que cuanto más tienen más quieren. La gente se mantenía con eso. Después empezó a fallar  el asunto del campo, con todo el progreso que ha habido de máquinas y todas esas cosas, la gente se fue y se fue achicando el pueblo. Algunos se fueron para siempre, para Buenos Aires y esas partes. Así es el asunto.

¿Dónde se reunían los parroquianos después de trabajar?

Había tres o cuatro boliches y los domingos la gente iba a jugar a las barajas. Estaba el boliche de Irrazábal, el de Guillermone, el de Burtín y el de Molinero. Hoy no ha quedado ni un boliche abierto. Había cancha de bochas y también se jugaba al sapo. Había unos bailes bárbaros en el club viejo, uno que está al fondo y tiene los vidrios rotos, porque los chicos los rompieron con la onda. Los días domingos había unos “matineses” bárbaros.

¿En qué lugares trabajó?

Estuve en lo del Hugo Isatis cuarenta años trabajando con él. También trabajé trece años en la cerámica. Ahora quedaron pocos, pero antes éramos muchos.

¿Qué hacían los vecinos cada vez que llegaba un tren?

 

Ibamos todos a la estación a ver qué pasaba, si venía algún amigo. La estación se llenaba cuando llegaban los trenes de pasajeros. A la mañana pasaba un tren temprano que venía de Buenos Aires y para Buenos Aires había uno a las dos de la tarde. Eran dos trenes de pasajeros. Después había uno que le decían el tren nocturno, que no me acuerdo si iba dos veces por semana. El tren de las doce era el que traía el diario y después seguía para el lado de Achupallas (al oeste). En la estación eran tres o cuatro. Estaba el jefe y el cambista. Había galpones grandes, que se llenaban. Embolsaban el trigo y el maíz. Un año me acuerdo que se llenaron los galpones y estibaban afuera. Unas estibas grandes. Después lo tapaban con lonas. Trenes de cargas pasaban muchos y muchos crotos también (risas).

¿Cómo lo ve hoy al pueblo?

El pueblito está lindo, está vistoso, pero no hay fuentes de trabajo. Eso falta. Menos mal que la cerámica tiene alguna gente. Los muchachitos que tienen quince años, cuando tengan veinte no sé. Antes había trabajo en el campo y uno se criaba y se iba al campo a trabajar. Ahora…. 

Autor: José Yapor